La encrucijada de Núñez Feijoo

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

22 feb 2021 . Actualizado a las 13:33 h.

La historia de Feijoo es el relato de un éxito político indiscutible, que es observable desde siete perspectivas. Pudo elegir libremente sus metas, y definir sus estrategias y límites, y lo hizo a la perfección. Llegó, en una escalada impecable, a todas las alturas que quiso coronar. Su gran habilidad se vio ratificada por un éxito electoral que, en términos cuantitativos, iguala a Fraga, y, en términos cualitativos, lo supera ampliamente. Fue capaz de navegar en el rebumbio de la nueva política, en contra del viento, para mantener cuatro mayorías absolutas. 

Alejó del Parlamento de Galicia a los extremos del cartel -Vox y Unidas Podemos-, y al centro -Ciudadanos-, que ahora se desmorona. Y sentó al sanchismo en la última fila de la bancada -con el auxilio involuntario de Ana Pontón- en el momento en que todos los espejismos juegan a favor de las mayorías ininteligibles y los diálogos interminables. A todo lo cual debemos añadir una progresión constante en la madurez de su discurso, en la contención del cortoplacismo, y en la serena interpretación de estos tiempos convulsos, que lo convierten en un referente para los políticos, y en un líder real para los militantes y votantes de su partido. Algunas sombras tendrá, supongo, pero las aprovecha muy bien para darle relieve al cuadro que le he pintado.

Pero ningún largo camino se puede recorrer sin que aparezca un tramo de curvas, o sin que las ventiscas comprometan la meta deseada.

Y esa es la perspectiva a la que ahora se enfrenta Feijoo, que, acostumbrado a programar cada etapa, y a escoger sus compañeros, se encuentra en ese difícil momento en que los problemas toman la iniciativa, y, en vez de esperar a que el caminante los apunte en su agenda, se presentan -inoportunos y en tumulto- para exigir grandes sacrificios y compromisos. Es el momento en que, parafraseando a Martín Vigil, «la política -que es la vida- sale al encuentro», sin dejar que elijamos qué partidas queremos jugar.

Alberto Núñez Feijoo ya se sabe incómoda e indeseadamente observado por los militantes del PP. También sabe que ya no se puede callar, y que por eso se ha visto obligado a decir -y dijo, con aplomo y prudencia- cosas que no deseaba decir. También es consciente de que, a medida que se hace más evidente que el PP está presidido por un joven inexperto, auxiliado por un secretario general aficionado a los juegos de palabras, y por un portavoz más próximo a un yuppie tuitero que a un político maduro, su ausencia se nota más, y que la posibilidad de tener que aferrarse al timón del partido en plena galerna aleja su carrera política de los plácidos y silenciosos valles que hasta ahora disfrutó. Y por eso me temo que, más pronto que tarde, va a tener que responder (sí o no) a una demanda no deseada que la mayoría del PP le va a presentar.

Como consuelo le diré que yo, acogido a la comodidad de mi estudio, y con libertad para escoger los temas que trato, también hubiese preferido no tener que escribir este artículo. Pero la actualidad me salió al encuentro.