Cuando la cárcel sirve de promoción

OPINIÓN

STRINGER | Reuters

20 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

No estoy de acuerdo con el disparatado, cruel y creciente uso que hacemos de la cárcel en el derecho penal. Mantener la cárcel como principal expresión correctora del delito me parece tan antiguo, y de tal manera nos degrada, que descalifica cualquier sistema correccional, y exige reformas urgentes. La prisión es la antítesis de la reinserción que inspira nuestra Constitución, y por eso debía estar limitada a protegernos de las agresiones y los desórdenes sociales más graves. Creo que la prisión provisional no debería ser potestad de un solo juez, y que su creciente uso para ablandar interrogatorios -tortura encubierta- debería inhabilitar a los jueces que la usan. Nadie debería comparecer ante tribunales revestidos de medievales atavíos que solo sirven para generar un artificioso diferencial de dignidad y estatus que opera en contra -más de lo que se cree- del derecho de defensa. Y creo que estas modificaciones, que no son más extraterrestres de lo que en su momento parecían la abolición de la tortura, la pena capital y las humillaciones -pues a todo esto se le llamó justicia- no supondrían ningún perjuicio para una eficiente administración de la justicia.

De lo dicho se deduce que estoy en contra de que un zafio y maleducado rapero, como Hasel, que tiene de artista lo que yo de deportista, y que hizo todo lo posible para convertir la prisión en una gratuita promoción que por otras vías no lograría, tenga que ocupar plaza en un penal del Estado. Contra los imbéciles e ignorantes no se debe luchar con la cárcel y los jueces, porque la desmesura de encerrar a un ciudadano solo para educarlo va contra el orden social que intenta proteger. Para tan magro objetivo bastaría con que la gente no aplaudiese las bobadas y obscenidades, no identificase el arte con la provocación, y no confundiese la defensa de la libertad de expresión con la obligación de aplaudir y contratar como pregoneros a los más tontos del pueblo.

Tener secuestrado el buen criterio de la sociedad, que en un 99 % no considera a Hasel ni artista, ni luchador antifascista, pero que -por miedo a ser señalado como ignorante, reaccionario o meapilas- no se atreve a decirlo, nos lleva a que la algarada de unos pocos triunfe sobre el buen sentido de la inmensa mayoría, y a crear las condiciones objetivas para que una serie de movimientos antisociales invadan las calles para deslegitimar al sistema y a la policía, y para defender la libertad de expresión con la cara tapada -¡vaya paradoja!-, usando una violencia irracional que nos deja con cara de susto y desconcierto ante lo que empieza a ser una oleada de memez colectiva que, en vez de ser vista como una excrecencia indeseada de la crisis y el desorden, pretende ser la cara excelente de nuestra civilización.

¡Menos cárcel y menos jueces -me apetece gritar-, y más libertad cívica, más educación y más catálogos morales!, para evitar el absurdo que supone ver a la gente defendiendo con ardor lo contrario de lo que hace -y pide- para vivir en paz.