Cataluña: elecciones y atletismo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Quique García | Efe

17 feb 2021 . Actualizado a las 10:46 h.

Cuando en el 2005 Fraga obtuvo un escaño menos de los 38 necesarios para seguir al frente de la Xunta, nadie pensó que el PP hubiera ganado, pese a ser el partido más votado: 37 diputados, frente a 25 del PSdeG y 13 del BNG. De hecho, finalizado el escrutinio, Fraga reconoció su derrota y felicitó al vencedor, Pérez Touriño, como futuro presidente de Galicia.

Y es que, al contrario de lo que sucede en las pruebas de atletismo, donde quien cruza la meta incluso con décimas de segundo de ventaja se proclama vencedor, en las elecciones parlamentarias (otra cosa son las presidenciales) no gana quien se coloca de primero, sino quien logra articular una mayoría de gobierno. Si hay un partido que lo sabe es el PSOE, que, desde que arrebató a UCD en las municipales de 1979 muchas alcaldías tras un acuerdo global con el PCE, ha pactado a gogó por su derecha y sobre todo por su izquierda en municipales y autonómicas para gobernar sin ser la fuerza más votada. Es posible que ese principio parlamentario debiera tener algunas correcciones, pero sus mayores beneficiarios se han negado radicalmente desde 1977 a poner el asunto siquiera a discusión.

Aplicando un principio diferente, Illa insiste desde el domingo en hacer valer su primacía en votos (en escaños empató con ERC) y reclama presentarse a la investidura, me temo que con más fuerza que razón. Y es que, al margen de que la propuesta de candidato a presidente tenga que hacerla el de la cámara, que seguro será un separatista, si los independentistas llegan a un pacto, lo que parece muy probable, lo lógico es que se proponga a quien tenga apoyo parlamentario para ser presidente y no a quien carezca de él. Y eso al margen de cuáles sean nuestras preferencias personales: a mí me gustaría cien veces más que Illa fuera presidente que ver en el puesto al separatista Aragonés.

Pero aunque Illa haya obtenido una formidable victoria personal, al doblar los diputados de un partido que llevaba años en caída libre en autonómicas -desde los 52 escaños de 1999 a los 17 del 2017-, esa victoria no se ha producido a costa del voto nacionalista sino del no nacionalista. Una parte se fue al PSC, que arrasó a Ciudadanos, y otra parte se fue a Vox, que se nutrió en menor medida de la caída del PP (reducido a la mínima expresión) que de votantes de Ciudadanos, lo que hace dudar que quienes eran centristas hace cuatro año se hayan convertido de pronto en extremistas de derechas.

Sea como fuere, lo cierto es que los partidos no separatistas tenían 57 escaños y ahora 53, aunque su heterogeneidad (PSC, Vox, Ciudadanos y PP) impide que actúen como un bloque. Dejando de lado a los Comunes, que no se sabe nunca de qué van, los nacionalistas han pasado, por el contrario, a tener más escaños (74 en vez de 70) y más radicalizados, pues es la CUP quien gana peso en el conjunto. Esa es la razón por la que Illa debería repensar su aspiración, que él y su partido ni siquiera considerarían de hallarse en la situación en que están los separatistas.