Historias del oso, la muerte y el carnaval

Manuel Mandianes EN LÍNEA

OPINIÓN

Elvira Urquijo A.

15 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El hombre celebra el carnaval desde que es hombre. El carnaval tal vez sea la continuidad de una serie de ritos en recuerdo de los antepasados, de ceremonias funerarias, de las que guarda memoria la Ilíada y la Odisea. Y tiene lugar en un momento preciso del calendario, determinado por la situación de la luna. El carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno. El 2 de febrero es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el carnaval no tendrá lugar hasta cuarenta días más tarde. Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercales en honor de Lupercio, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales de Roma. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales. El miedo, la angustia y el terror se espiritualizan y se exorcizan de tal manera que no necesitan otra expresión. El carnaval anuncia el final de los rigores del invierno y el estallido de la primavera.

Todo enmascarado, por definición, es un ser que vuelve del otro mundo. Nadie, a no ser ellos, podría disfrutar de la libertad que disfrutaron y siguen disfrutando los enmascarados. Los enmascarados disfrutan de todas las libertades del mundo, pueden ir más allá de los límites espaciales y temporales, saltarse las normas morales, sin que nadie tenga derecho a recriminarles nada ni llamarles la atención. Los muertos no se sienten afectados por una serie de normas que regulan la convivencia de los vivos; por esta razón aquellos disfrutan de muchas libertades que a estos se les niegan. Los del otro mundo, que viven alejados de los urbanitas de este mundo, invaden el espacio urbano durante los días de carnaval. Todos los habitantes del otro mundo que vienen a visitarnos son seres anónimos salvo muy raras excepciones. El carnaval es una reivindicación de todos aquellos que, por una razón u otra, se sentían víctimas de exclusión social; una representación incoherente y absurda que aporta soluciones ineficaces. Los que mandan obedecen y los que obedecen mandan. Los ritos de inversión indican que el período es de plena transición entre estaciones, el final del invierno, corte esencial en una cultura agrícola.

El carnaval rompe con las formas típicas de la vida social, con los hábitos cotidianos que identifican al grupo y al individuo que se disuelve en el acontecer colectivo, y se olvida del mundo; supera sus propios límites para fundirse con la naturaleza; al mismo tiempo, es, de alguna manera, la organización del caos. El carnaval nos libera de los dioses que tenemos que respetar, de las leyes que tenemos que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que tenemos que practicar todos los días. El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas. El carnaval expresa, canaliza, vehicula esa fuerza, ese abismo, al mismo tiempo que protege de ella en la medida en que la exterioriza; es pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu, de pieza gregaria en la que, amparado en el anonimato cálido de la tribuna, da rienda suelta a sus instintos. Las emociones son el principal factor de explicación del carnaval como el de otros muchos movimientos actuales. El carnaval es la expresión de la locura y el delirio sociales que permanecen ocultos.

El carnaval da rienda suelta a las represiones, es la expresión del miedo a algo sin límites bien definidos. Los monstruos y las figuras representan y banalizan lo siniestro lo amenazante de la vida cotidiana. Los monstruos y los zombis que pueblan las pantallas de los cines y la televisión son un carnaval y el carnaval es como una película de monstruos.