La desidia del unionismo provoca el peor escenario posible

Tomás García Morán
Tomás García Morán EL LABERINTO CATALÁN

OPINIÓN

Toni Albir | Efe

Ha ganado Vox. Es decir, hemos perdido todos. A los gallegos nos queda el consuelo de haber dado una lección de civismo hace ocho meses

15 feb 2021 . Actualizado a las 10:30 h.

El campo de concentración de Dachau es un monumento a la infamia humana que se puede visitar en autobús municipal a las afueras de Múnich, saliendo de una parada a escasos metros de la cervecería Hofbrauhaus, en la que Hitler pronunciaba sus discursos antes de ser el Führer. Los bávaros siempre han sido los alemanes más guapos, más ricos, mejores bebedores de cerveza y más encantados de haberse conocido. Berlín nos roba. ¿Les suena? Visité Dachau dos veces. La primera, con un amigo, nos la enseñó una guía muy tímida, a la que no nos atrevimos a preguntarle determinadas cosas. La segunda, con mi pareja, un señor mayor al que no hizo falta preguntarle: «Los alemanes siempre alegamos que no nos enteramos de nada. Debe ser que la gente que vivía en aquellos chalés —afirmó, señalando unas casas que desde una loma se erigían sobre la antigua fábrica de pólvora, convertida en barracones y cámaras de gas— tenían las cortinas de casa siempre cerradas».

Por suerte para ellos, los independentistas son solo un 2% del Parlamento Bávaro, pero por si acaso el Constitucional de Alemania, quizás otra democracia defectuosa para el vicepresidente Iglesias, dictaminó en 1991 primero y hace tres años por segunda vez que el land no tiene derecho a celebrar un referéndum de independencia porque su secesión vulneraría la Ley Fundamental de Alemania.

Tras visitar Dachau, uno se da cuenta de lo desafortunado que es comparar a los indepes catalanes actuales con los nazis. Tampoco me gusta jugar con la expresión nazis. Y sería injustísimo echarle toda la culpa al votante unionista, que por suerte en una democracia plena como la nuestra puede ser a la vez víctima de la opresión del poder y verdugo electoral. Pero lo ocurrido en Cataluña, el peor escenario posible, demuestra una vez más que la desidia del votante que no se siente concernido trae tempestades que lamentamos durante años. De acuerdo que las condiciones eran horribles, pero el mismo covid hay en la Cataluña charnega que ha vuelvo a los brazos del PSC que en las comarcas agrarias del interior. Las consecuencias de no ir a votar las vimos la noche de San Juan del 2016 en el Reino Unido, cuando el Londres cosmopolita prefirió ir a la playa y ganó el brexit. O cinco meses después, cuando a la América costera le dio pereza votar a Hillary.

¿Quién ha ganado y quién pierde en Cataluña? Hemos perdido todos. Los indepes han necesitado que vote solo el 53% de la gente para lograr un pírrico 51% de votos. Junqueras tendrá ahora la patata caliente de seguir remando hacia las rocas o girar el rumbo y ser tachado de botifler. Puigdemont se acabó. Por fin ha conseguido destruir el espacio convergente. Y Artur Mas, quien más se lo merece, se ha ido a la calle.

A Sánchez y Redondo les ha fallado esta vez la bola de cristal con las fechas y han perdido a su ministro más popular. Las presiones de Podemos para fabricar el Frankenstein catalán e indultar a los presos serán casi insoportables. Pero tienen una oportunidad de oro para romper con los populismos y aprender la lección: el PSC, por primera vez no nacionalista, representa la segunda victoria consecutiva del unionismo. Galapagar-Colau creerán que han ganado pese a seguir instalados en la irrelevancia. E, insistimos, presionarán porque es su último tren. Casado pensará que no se puede caer más bajo. Pero sí se puede. Y si no, que se lo pregunten a Rivera y Arrimadas, cuya autodisolución se estudiará en las escuelas de ciencia política cuando vivamos en Marte.

Ha ganado Vox. Es decir, hemos perdido todos. A los gallegos nos queda el consuelo de haber dado una lección de civismo hace ocho meses. Galicia, sitio distinto. Territorio libre de populismos.