Estados Unidos va recuperando la tranquilidad cuando apenas se han cumplido tres semanas desde que Joe Biden juró el cargo de presidente. Tras la turbulenta Administración Trump, un nuevo y más relajado ritmo de trabajo se ha impuesto en la Casa Blanca, lo que se supone que permitirá al nuevo mandatario llevar a cabo sus promesas electorales, la mayoría de gran envergadura. Desde la lucha contra la pandemia que se ha llevado por delante a más de 450.000 personas y la terrible crisis económica que ha originado, hasta restaurar la paz social en un país nunca tan dividido como ahora, todos son grandes retos para un mandato que se ha iniciado a golpe de decreto para revertir todo lo deshecho por Trump.
Sorprendentemente callado, quizá por el boicot de las redes sociales y un pacto no escrito entre los medios, quizá ocupado en preparar su defensa frente al segundo impeachment al que se enfrenta, por haber alentado la violenta ocupación de la Cámara de Representantes, Trump parece haber puesto distancia con lo que se cuece en la alta política de su país. A la espera de que este juicio político dilucide sus responsabilidades, muchas voces que abogan por un proceso con baja repercusión mediática, para no enturbiar el inicio del Gobierno de Biden y dar por finalizada la era Trump. Este proceso no va a servir para destituir a quien ya no es presidente, pero sí tiene un objetivo muy relevante: inhabilitar a Trump para que no pueda presentarse a un segundo mandato.
Con una curiosa coincidencia temporal, uno de sus más importantes aliados, Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, tiene que afrontar un juicio por corrupción y fraude. Se da la paradoja de que la ley israelí que obliga a dimitir a los miembros del gabinete que han sido formalmente acusados no afecta al primer ministro. Netayanhu ha resistido todos los embates, veremos si también sobrevive a la justicia o acaba fuera como Trump.