La vacunación y mis 35 años ejerciendo la medicina

Rosendo Bugarín
Rosendo Bugarín FIRMA INVITADA

OPINIÓN

David Zorrakino | Europa Press

15 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace casi 35 años que ejerzo la medicina. En toda mi vida profesional solo he atendido a dos pacientes con tétanos y nunca he visto una difteria, una poliomielitis ni, puesto que ya no existe, una viruela. Sin embargo, conozco perfectamente el dolor que estas enfermedades han causado al ser humano. Como muestra, «dos botones», les invito a que en Google busquen imágenes de los siguientes términos: «opistótonos» y «pulmón de acero». Les advierto que los resultados obtenidos podrán herir su sensibilidad.

¿Saben por qué ya no estamos familiarizados con estas imágenes? Simplemente porque existen las vacunas. Si tuviera que señalar los hitos más importantes de la historia de la humanidad, sin duda alguna en un lugar destacado estaría el descubrimiento de esta medida preventiva.

A menudo vienen pacientes preocupados a nuestras consultas ya que han leído, en el prospecto, los posibles efectos secundarios de los medicamentos que están tomando. No existe el riesgo cero, todo fármaco tiene peligros potenciales. Esta premisa incluye las vacunas, ya que también son medicamentos. Ahora bien, hay que dejar claro que no existe ninguna medicina que sea tan segura como cualquier vacuna. No podría ser de otra manera, ya que se aplican a la población que está sana. En consecuencia, no es admisible que provoquen efectos adversos serios, salvo que lo hagan de forma excepcional.

Estamos viviendo la peor pandemia de los últimos cien años. Tenemos la fortuna de haber obtenido varios tipos de vacunas en un tiempo récord y ya disponemos de evidencias científicas robustas de su gran eficacia y seguridad. Para que la vacunación sea efectiva tiene que llegar, a nivel global, a un porcentaje significativo de la población, no hace falta alcanzar el cien por cien. Es lo que se denomina inmunidad colectiva o de rebaño: cuando se llega a un dintel, al ser mayoritariamente resistente la población, el microorganismo causante no puede propagarse y acaba desapareciendo.

Naturalmente, esto tiene que lograrse con la mayor celeridad posible. Básicamente por dos razones. La más importante, evitar cuanto antes las muertes y secuelas graves que se están produciendo en muchos enfermos. La otra: cuanto más tiempo pase, más riesgo de que se produzca algún cambio que limite dicha eficacia.

En principio hay dos posibles factores limitantes: el personal sanitario necesario para la vacunación masiva y la capacidad de producción de los laboratorios que la comercializan. El primero de ellos no puede ser una disculpa: creo que puedo hablar en nombre de todos los profesionales de la salud al decir que nos comprometemos, si es necesario, incluso de forma altruista fuera de nuestro horario laboral, a intensificar el ritmo de vacunación. El segundo cuello de botella se irá ensanchando progresivamente a medida que se vayan aprobando las nuevas vacunas que están actualmente en investigación.

¡Es una cuestión de solidaridad y responsabilidad! ¡Nos estamos jugando mucho!