Adornos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

22 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Miraba nostálgico el desolado paisaje navideño de este año en el que ha habido un éxodo de lucecitas, belenes y reyes magos y los papa noeles que suben por los balcones se cuentan con los dedos de las manos. Donde más lucecitas encendidas he visto ha sido en los chinos y qué quieren que les diga, no son lo mismo a la hora de ponerte en modo navideño.

Cuando el ambiente está cargado se viste más de negro y se compran más coches blancos, ahora sé que también se escatiman los adornos de la Navidad. No estamos de humor.

Con esto de los adornos se cumple la teoría de los cristales rotos, que viene a decir que un edificio abandonado puede permanecer medianamente entero hasta que a alguien se le ocurre lanzar una piedra y romperle un cristal; una vez roto el primero, la canalla se encarga de romperlos todos sin el más mínimo respeto por el viejo edificio hendido por la crisis.

Con los adornos de Navidad pasa algo parecido, si el vecino no pone lucecitas, el de al lado suele pasar y así sucesivamente hasta que todo el bloque se queda envuelto en una distraída indiferencia, en ese gris asesino de la alegría, y todos nos sumergimos en unas celebraciones de terlenka estampada con coronavirus.

Por eso hoy más que nunca habría que adornar las casas, sacar la vajilla de la boda -esa que solo se sacaba el día del patrón o la patrona y que duerme silenciosa y cubierta de polvo en el fondo de la vitrina del salón-, dejar centollos a los camellos, mandar crismas caligrafiados con nostalgia y brindar con El Gaitero aunque sea con Almax.

Para no romper los cristales de la ilusión ni dejar a los chinos colgados.

¡Y que toque el gordo!