Las farmacéuticas salen del infierno

José Manuel Velasco LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

DPA vía Europa Press

14 dic 2020 . Actualizado a las 08:51 h.

En abril del 2007 el papa Benedicto XVI se sintió obligado a resucitar el infierno. En contraposición a la política de comunicación de Juan Pablo II, quien definió el averno no como un lugar, sino «la situación de quien se aparta de Dios», Ratzinger aseguró entonces que «el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno».

Recientemente su sucesor, el papa Francisco, ha tenido que salir al paso a través de sus servicios de comunicación de la supuesta confesión realizada off the record al periodista italiano Eugenio Scalfari acerca de la negación del tártaro. Este atribuyó al sumo pontífice, en el artículo publicado en el diario La Repubblica, la siguiente afirmación: «No existe un infierno en el que sufren las almas de los pecadores para toda la eternidad (…). Aquellos que no se arrepienten [de sus pecados] y por tanto no pueden ser perdonados, desaparecen». El Vaticano desmintió tal afirmación.

Ya sea un lugar físico, una condena o una metáfora, lo cierto es que el mundo real ofrece múltiples posibilidades de visitar el infierno. La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha sido realmente un infierno para todos aquellos que han sucumbido a la enfermedad y para los familiares que no han podido despedirse adecuadamente de ellos. Y empieza a serlo para millones de trabajadores, autónomos y asalariados, cuyos puestos de trabajo se suspenden temporal o definitivamente.

En el infierno se entra y también se sale. No es fácil pasar directamente al cielo sin escala en el purgatorio. Es allí donde se ha instalado la industria farmacéutica, condenada durante años por muchos de sus propios usuarios al fuego eterno del desprestigio. Resulta sintomático que en esta ocasión las teorías conspiranoicas acerca de la intencionalidad de la pandemia para facilitar que nos inyecten nanorrobots de control a través de la vacuna hayan apuntado a Bill Gates más que a las farmacéuticas. Estas empresas han logrado desarrollar una vacuna en menos de un año. La primera vacuna de la gripe data de 1945, veinticinco años después del final de la mal llamada gripe española. El esfuerzo investigador merece cuando menos el beneficio de la duda para unas empresas que ganan dinero salvando vidas. ¿Pero es que acaso el dinero viene del infierno?