De soberbia y maniqueos ante una tercera ola de la pandemia

Gaspar Llamazares EX COORDINADOR GENERAL DE IZQUIERDA UNIDA, ACTUAL PORTAVOZ DE IZQUIERDA ABIERTA Y MÉDICO

OPINIÓN

Vacuna de AstraZeneca
Vacuna de AstraZeneca DAN HIMBRECHTS | EFE

11 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Otra vez, en esta segunda ola, priman la agitación, el agravio y los maniqueos sobre el conocimiento, la comunicación y la responsabilidad. No hemos atendido la lección de humildad. De nuevo, parece que se impone la soberbia de quienes se creen, unos en posesión del conocimiento y otros del poder de contener y doblegar la pandemia, de los que se reparten las culpas, en especial entre los políticos, los expertos, y de los agravios entre la hostelería y los jóvenes. Ya de cara a las Navidades, en este clima populista, se acentúan los maniqueos y en concreto los debates bizantinos sobre el supuesto significado ambiguo de los allegados y también la panacea de los test de antígenos y sobre todo de las vacunas, con una más que previsible tercera ola en el horizonte.

Vuelven, como ya ocurriera en el principio de la pandemia los errores de la complacencia y el exceso de confianza en nuestra capacidad económica, técnica y sanitaria de países desarrollados, y con ellas las carencias en su prevención, detección y contención, hasta que como en tan solo un momento, esta nos desborda una vez más, como hoy le ocurre a buena parte de Europa y en general al hemisferio occidental, y entonces entra como el rayo en las residencias de mayores y en los hospitales y vuelve a desencadenar la tragedia. Una segunda ola que tampoco es nueva en la historia de las pandemias, y que como la segunda ola de la gripe mal llamada española en otoño de 1918, parece ir camino de una mayor dureza, a pesar de las diferencias, sanitarias, técnicas, demográficas y sociales. 

También reaparece la misma soberbia de la ola inicial de Marzo, que iba de los países y las comunidades autónomas que no padecieron o doblegaron antes la primera ola frente a los que más la sufrieron, y que ahora, en la segunda ola, va desde los que la sufrieron y doblegaron antes frente a los que todavía hoy no lo han logrado y de todos como revancha frente a los frugales de la primera hora. Da la impresión que continuamos con la loca carrera de egos hacia ninguna parte, para así eludir la humildad de reconocer lo que ignoramos y también de lo que no podemos, el profundizar en las causas y determinantes y ante todo la imprescindible cooperación y solidaridad para contribuir a mitigarlas. Sin embargo, no hay duda de que hay medidas que podemos hacer mejor ahora que al principio, como el refuerzo de la atención primaria, el apoyo a la salud pública, el rastreo y aislamiento de contactos así como la coordinación sociosanitaria, en particular en las residencias de mayores. También sabemos que las pandemias no son igual para todos y sí distinguen de clases y barrios, y que por tanto, la lucha contra esta pandemia debe contar con una perspectiva social como sindemia y por tanto de prevención, salud pública y de equidad.

En el caso extremo de la superioridad, están los que esgrimen el ideal del perfeccionismo asiático como horizonte, con su conocida triada de testeo masivo, apps de rastreo y disciplina social, que desde tal altura lo critican todo, y que siempre tienen la razón y nunca rectifican. Son los que ignoran los precedentes paradójicos en unos y otros continentes, así como las características propias de sociedades que, a pesar de la globalización, siguen siendo diferentes y en las que la tríada ideal no se puede replicar. No hay más que ver hoy por hoy la escasa adhesión europea al rastreo telemático y en especial al modelo disciplinario. La culpa, en consecuencia, sería entonces de los que ahora tienen una alta incidencia y antes tenían menos y viceversa. La de los países del centro y el este de Europa y los EE.UU. frente a los PIGS mediterráneos de la primera ola. Un reparto de culpas insensato, como si científicos o políticos lo pudiéramos controlar todo, y como si con una pandemia letal, pudiese ser objeto de evaluación y rectificación sobre la marcha, cuando hemos de reconocer con humildad que no es así. Sobre todo si con ello se trata también de un reparto de agravios, culpas y responsabilidades, tanto entre grupos de expertos como frente a la política y las decisiones políticas, desconociendo su autonomía y la complejidad de decidir haciendo compatibles la evidencia científica, la actividad económica, la calidad de vida y la cultura propia de cada sociedad.

Pretendemos ignorar, sin embargo, que precisamente algunos de los que hoy más sufren la segunda ola eran los menos afectados al inicio de la pandemia y que precisamente por eso tienen una baja inmunidad (como parte de Europa) y como consecuencia están más expuestos y viceversa. Y que también la configuración genética, que otros comparten con el sur de Europa, así como las mutaciones del SARS-CoV-2 de este verano, bien pudiera ser que les hayan hecho más susceptibles a la infección y más vulnerables a sus manifestaciones más graves. Así, entre tanta soberbia, no valoramos la eficacia de los esfuerzos que hacemos, antes con el confinamiento y ahora en la segunda ola, con las medidas restrictivas de la movilidad y los aforos, y con ello nos perdemos la buena noticia y el aprendizaje que suponen sus buenos resultados. Tampoco el ideal ajeno nos deja ver el bosque propio ni valorar nuestros avances.

Volvemos, sin embargo, a la culpa tan pronto de los jóvenes, del turismo y la hostelería o de los científicos y de los políticos, y con ello continúa y se amplía el rosario de agravios, la división y la desconfianza de unos frente a otros. Lo dicho, demasiada soberbia y reparto de culpas, como escasa humildad y solidaridad. El debate público, por otra parte, sigue yendo de los maniqueos o disyuntivas sin matices a los debates bizantinos en un clima populista de polarización y simplificación del mensaje. Ahora toca el de los familiares y los allegados, como antes fuera el del contagio del 8M, la inmunidad de rebaño, la apertura de los centros de enseñanza, la utilidad de las mascarillas y la PCR, las formas de contagio o los modelos más o menos estrictos de confinamiento. Todos estos debates en términos absolutos e irreconciliables, como banderín de enganche de parte para negar la incertidumbre y la complejidad ante una pandemia desconocida y sobre todo para eludir la urgencia de símbolos comunes y de estrategias de colaboración.

Por eso ahora, el gobierno andaluz y el murciano, que previamente apoyaron el consenso del Consejo Interterritorial, para aplicar las restricciones de movilidad, horarios y aforos, en las fechas navideñas, devorando, como si de un error se tratase, a raíz del debate abierto en los medios de comunicación, se descuelgan del polémico término de allegados, supuesta fuente de confusión y como coladero de irresponsables. En esta escalada, lo próximo para negar el consenso alcanzado será acotar los familiares al núcleo familiar de la familia tradicional ya que tanto la familia ampliada como la extensa son igual de laxas e incontrolables, a no ser que alguien termine exigiendo el libro de familia en el consejo interterritorial del SNS. Lo peor de todo este debate tan bizantino y absurdo es tanto la ruptura de un consenso necesario como del mensaje de responsabilidad cívica, para por contra continuar con el rosario de culpas y agravios ante una tercera ola que se prevé como inevitable.

Al final, vuelve también la panacea, ahora de los test de antígenos, los test de anticuerpos y de las vacunas, como antes lo fuera el grito de mascarillas PCR para todos, a sabiendas entonces del colapso del mercado y de su distribución. Poco importa las recomendaciones de los expertos de salud pública, del ministerio de sanidad, así como de organismo como el ECDC y la OMS, que restringen los test de antígenos a aquellos con clínica sintomática y a los contactos estrechos en los primeros cinco días, y a nivel poblacional en ambientes de alta incidencia como por ejemplo en los centros sanitarios y sociosanitarios.

Mucho me temo que ocurra lo mismo con la panacea de las vacunas, que tan pronto les sirven a unos para reivindicar la ciencia para las multinacionales frente al Estado pagano, como a otros para alertar sobre la excesiva rapidez de la investigación y en particular de los ensayos clínicos para ponen en duda su seguridad y efectividad, y a aquellos que nadando y guardando la ropa, consideran prematura la propia estrategia de vacunación presentada, para a continuación reprocharle al gobierno su falta de logística y de concreción, que por otra parte, resulta evidente que dependerá de las características de las vacunas que sean finalmente autorizadas.

En, resumen, de nuevo al final de la segunda ola y ante una previsible tercera ola,  priman la agitación, el agravio y la culpa sobre el conocimiento, la comunicación y la responsabilidad. No hemos aprendido la lección de humildad. Pero, a pesar de la dureza de la pandemia y de nuestros errores, podemos destacar que hemos doblado también la curva de la segunda ola y que se han aprobado finalmente los presupuestos por amplia mayoría. Dos buenas noticias en un escenario trágico y con la esperanza de la vacuna y de la liberación del fondo de reconstrucción a la vuelta de Navidades. Espero que la soberbia, el reparto de culpas y los seudodebates como el de los allegados no logren enturbiar la esperanza.