Infantilismo político

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa MI QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

J. Hellín. POOL

07 dic 2020 . Actualizado a las 10:01 h.

Vivimos una etapa que parece caracterizarse por un extraño, sorprendente y lamentable infantilismo político, en el que ni siquiera se guardan las formas. Hace una semana, el presidente Sánchez visitó el madrileño Hospital de La Paz y no le comunicó nada a la Comunidad de Madrid ni al ayuntamiento, ambos en manos del PP. Al final, se presentó allí el alcalde, porque la presidenta de la comunidad estaba en Barcelona, y él consideró que debía asistir, aunque no lo hubiesen invitado. Después, un portavoz de Moncloa informó de que le habían informado de la visita a la comunidad… ¿Adultos o niños? Es difícil pronunciarse, pero desde luego no se trata de unas formas modélicas en una democracia que no se merece estos espectáculos entre sus dirigentes.

Si estuviésemos en tiempos pasados, cabría inscribir lo ocurrido -desde una perspectiva leninista- en una dialéctica entre un «infantilismo de izquierdas» y un «espíritu pequeñoburgués». Pero la cosa no da para tanto y, entre nosotros, debería bastar con denunciar la puerilidad estratégica de casi todos, sin presencia de madurez política ni de respeto a los ciudadanos que los hemos elegido. Las malas formas constituyen un triste espectáculo que delata la falta de altura moral de nuestra política.

He dicho todo lo anterior porque, tratándose de un episodio muy menor, no se debe ocultar lo que tiene de revelador. Y lo que nos revela es que los españoles no nos estamos entendiendo bien, ni siquiera en las cosas menores. Podríamos echar la mirada hacia atrás y recordar las relaciones personales y políticas de Manuel Fraga o Adolfo Suárez con Felipe González o con Santiago Carrillo, sobre las que deberíamos volver para constatar que venimos de un profundo propósito de concordia democrática.

¿Qué nos está pasando ahora, con todos echando pestes sobre sus contrarios? Que algo no está funcionando bien. Demasiado chalaneo y muy poco respeto por los demás. Y lo peor ocurre cuando esto lo hacen unos y otros con el único objetivo de derrotar y desacreditar a sus contrarios. Algo que acabamos de ver en el reciente debate de los Presupuestos en el Congreso de los Diputados. Una lástima.

La pasión de una buena parte de nuestros políticos por enzarzarse en toda clase de discrepancias o de redefiniciones nacionales es un mal camino que no propicia la concordia entre los ciudadanos. Por el contrario, crece la desconfianza sobre el futuro y se vislumbra una mayor algarabía en el reñidero nacional. Basta oír algunos discursos de independentistas catalanes o vascos para darse cuenta de su magnífica disposición a desbaratar toda posibilidad de entendimiento, concordia o armonía política. Es algo que ni siquiera asoma como posibilidad en sus exposiciones. Y en ello estamos, como niños jugando a las canicas. Como si no corriésemos ningún riesgo. Lo malo es que el riesgo es real y en el horizonte amenaza tormenta. Nuestros políticos lo saben, cada uno a su modo. Infantilmente, claro.