Familiares, allegados y Navidad: la guerra de Corea

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

Elvira Urquijo A. | Efe

05 dic 2020 . Actualizado a las 10:42 h.

Los políticos que hemos elegido para que nos gobiernen han decidido que somos coreanos. O peor, en una dejación de funciones pasmosa, han dado por hecho que somos coreanos y se han desentendido. Se han limitado a redactar una antología de normas absurdas, cambiantes y contradictorias, y han dimitido de su obligación de controlar su cumplimiento. Entre otras cosas porque saben que es imposible, porque no podrá haber un policía en cada cena de Nochebuena. Y porque no se atreven a hacer lo que habría que hacer para evitar un enero dantesco en las ucis de los hospitales, justo cuando lleguen las primeras dosis de las vacunas.

Pero resulta que no somos coreanos ni japoneses. En estos países, también en Taiwán o en Singapur, jamás se confinó a la población ni se cerraron tiendas ni restaurantes. Simplemente se apeló al civismo ciudadano, sin normas, sin obligaciones. El resultado es que, un año después de que oyéramos hablar del covid por primera vez, estas economías ya han repuntado y la pandemia no ha sido más que una mala pesadilla.

¿Cómo lo han conseguido? Hay mucho escrito al respecto, pero en general porque la gente cumplió con su deber, porque son sociedades mucho más obedientes, con una tradición cultural en la que impera el colectivismo frente a nuestro individualismo, y donde conceptos como la privacidad o la protección de los datos ni siquiera existen.

En cambio, aquí las cosas han sido distintas. El primer encierro fue un experimento social, un reto colectivo. Durante algunas semanas viajamos a lo desconocido. Para muchas generaciones fue nuestra llegada del hombre a la Luna. Y, sorprendentemente, la sociedad estuvo a la altura, en un alarde de civismo que jamás hubiéramos imaginado. El que incumplía daba la nota. También el político que iba por libre quedaba señalado. Pero, a la vuelta del verano, los políticos se comenzaron a tirarse los trastos a la cabeza y los ciudadanos nos cansamos de cumplir normas. Hay gente que tal parece que imprime el gráfico de La Voz sobre lo que se puede hacer y lo que no, y se siente en la obligación de ir punto por punto haciéndolo todo, empezando por lo prohibido.

Y como no somos coreanos y, además, todo en esta vida es susceptible de empeorar, aún nos falta por ver el disparate final: covid y Navidad, políticos mediocres y ciudadanos hartos, qué puede salir mal. Igual que de nada sirvió en marzo aprender de lo que iba pasando en Italia con una semana de anticipación, ahora tampoco nos miraremos al espejo de EE.UU., que una semana después de Acción de Gracias bate récords de contagio. Y eso que Acción de Gracias no deja de ser una cena, nada que ver con el maratón de aquí: la cena de Nochebuena con los padres, la comida de Navidad con los suegros, Nochevieja con amigos o allegados y, para el día de Reyes, una última ronda casa por casa por si aún hay alguien sin coger el virus.

La traca final será llevar todo este desaguisado a un escenario tan inflamable como es el del ámbito familiar en fechas navideñas. Y así, las tradicionales disputas de todos los años quedarán en un juego de niños en comparación con el rigor en el cumplimiento de las normas de Illa y Simón. Cumplidores enfrentados a negacionistas, coreanos contra autóctonos, la cuñada de Vox y el sobrino de Podemos. Esto va a ser la guerra de Corea.