El milagro de la vacuna

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

11 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los milagros en este tiempo ya no son las resurrecciones, ni los prodigios de santos, ni las curaciones que la ciencia no puede explicar. Los milagros de ahora casi siempre tienen que ver algo con la economía. Para ser más exactos, con el dinero. Lo acabamos de ver con la noticia de Pfizer y su vacuna. Fue decir que se había encontrado y el dinero resucitó, se levantó de extraños sepulcros donde permanecía enterrado e hizo una presencia triunfal en las bolsas. Y todo eso, en cuestión de minutos. Quienes predicaban que España era un país arruinado solo tenían razón parcial: estaban arruinadas miles y miles de personas que siempre vivieron al día, miles y miles de comercios sin capacidad de resistencia y miles y miles de autónomos que tienen dificultades para pagar la cuota de la Seguridad Social. Los dueños del auténtico dinero, del que pesa en los mercados y hace cambiar las estadísticas, lo tenían sabe Dios dónde, pero estaban esperando el momento adecuado para hacerlo salir.

La vacuna les brindó esa oportunidad. De golpe se descubrió que no había tanta preocupación por la salud -siempre enferman los demás- como por la economía. Descubrir ese prodigio farmacéutico significaba que se empezaba a ver el final del túnel; que se terminaban las penurias; que los sectores más castigados podían renacer de sus cenizas; que se abría la senda de un nuevo futuro de prosperidad; que se podía volver a los beneficios. Y no les faltaba razón. La crisis en la que estamos tiene su origen en el coronavirus. Las previsiones de superación se basaban en la esperanza de tener una vacuna en un tiempo razonable. Era el final del miedo.

Nadie sabe cuánto durará la euforia, porque ya empezaron a verse los problemas: que si Pfizer solo hizo una nota de prensa y faltan los comprobantes y los avales de otros científicos; que se ignora cuánto tiempo dura la inmunidad de cada dosis; que habrá unos formidables problemas logísticos para vacunar a una mayoría significativa de la población… Resolver esas dudas será la gran prueba inmediata, pero es igual: los grandes inversores nacionales y supranacionales, los profesionales del juego en bolsa, ya compraron las grandes gangas que había en el mercado y ya las situaron en un valor desde el que pueden vender otra vez con notabilísimas plusvalías. El dinero especulativo está de enhorabuena.

Ahora falta otros pequeños milagros: que se disponga de verdad de la vacuna, con fechas, programa y datos cuantitativos de la fabricación; que los gobiernos demuestren eficacia en la adquisición y en el transporte, y que haya criterios claros y definitivos sobre el reparto. En ese momento quizá empiece a funcionar la economía de verdad: la que revitaliza empresas, la que crea empleo y la que mueve el consumo. Mientras eso no llegue, solo hemos asistido a un fogonazo. Ilusionante, esperanzador, pero un fogonazo.