Un monstruo de peluche con cinco ojos saltones, un unicornio con melena, un león dorado. Y así una larga lista de muñecos de colores brillantes se han colado en la programación nocturna para devolverle al espectador al niño que lleva dentro y demostrarle que todavía se puede hacer televisión con gancho a partir de una premisa ingenua. Mask Singer se ha convertido en el fenómeno televisivo del 2020 en el mundo y, a juzgar por su estreno en España, su fórmula para toda la familia parece gustar tanto aquí como en el resto del planeta. Más sencillo, imposible. El cebo son un puñado de famosos disfrazados y el reto, adivinar quiénes son. Cada uno de ellos da pistas con voz distorsionada y, además, canta una canción. Y así sucesivamente en un programa de edición tosca y con cortes bruscos al estilo americano.
Ahora que buena parte de la audiencia está entregada al consumo a la carta, lo mejor que le puede pasar a la televisión tradicional es conseguir crear un acontecimiento que la audiencia se siente a ver en directo para no perderse la gracia de lo inesperado. Porque a la mañana siguiente mucha gente comentará quién estaba debajo del disfraz. En el primer programa, cuando todo el mundo apostaba por lo obvio y apuntaba a que la primera desenmascarada sería un rostro marca de la casa como Cristina Pedroche, de debajo de la careta salió Georgina, la novia de Cristiano, un rostro que nadie esperaba.