Mi pequeño del alma

OPINIÓN

telecinco

07 nov 2020 . Actualizado a las 10:37 h.

Cuando Kiko Rivera se llamaba Paquirrín y llevaba aquellos cuellos blancos de puntilla y los abriguitos de botones dorados, era la representación del huérfano mimado: «Tendrás la Luna, me iré cada noche a por ella»... El niño de mamá, feo, muy feo, «con la piel de canela», que la tonadillera sacaba a los escenarios con el orgullo de Idol Kids. Paquirrín fue el primer bebé que cantó para un público fervoroso que en los ochenta veía a la Pantoja como una Evita folklórica necesitada de amparo.

Pero Paquirrín creció, soltó los globos de sus fiestas de cumpleaños y se convirtió en Kiko, un DJ blandito de corazón y adicto a la noche que hoy es un cóctel jugosísimo para los realities y Deluxes.

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El escudero fiel de su madre, el hombre entregadísimo a la causa Pantoja, también ha acabado por emponzoñarse de ese «veneno» que ella canta. El lado oscuro de la fuerza de Isabel es tan potente que merecería un buen guion de Netflix con Cantora como un refugio de wéstern o de thriller psicológico en el que todo puede pasar. Y que da pavor. Los cadáveres de Isabel han sido tantos después de la muerte del pobre Paquirri (los hijos de Carmina, Encarna Sánchez, María del Monte, su hija Chabelita y hasta si me apuran Julián Muñoz) que solo le quedaba su «niño» para embarrarse de nuevo con el fango de la maldita herencia y frases a la altura de María Félix: «Ya vendrás llorando a mí cuando esa te deje [por su nuera]». Este es el cuadro monstruoso que nos deja el paso del tiempo: Pantoja devorando a su hijo, «mi pequeño del alma, con tu piel de canela».