Patricios y plebeyos

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

Benito Ordoñez

04 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Qué tiempos aquellos en que los representantes de Podemos y del PSOE en el Parlamento, que tenían derecho a ellos, renunciaron a sus coches oficiales. Era 2016, pero parece que hace una eternidad, y es difícil recordarlo porque fue un espectáculo fugaz. Es lo que tienen las poses que se hacen solo para demostrar que se es diferente a los otros. Los magos nos ilusionaron, porque necesitábamos alguna ilusión de futuro, después de la que pensábamos que iba a ser la gran crisis de nuestras vidas. Y de repente, al apagarse las luces que daban lustre a los magos, sus chisteras y sus conejos, es como si la magia se manifestase ramplona. Unos trucos ya vistos y sabidos, que no sorprenden a casi nadie. Ahora los magos tienen que comprar los aplausos. Pero los compran a crédito. A crédito europeo. Y mientras tanto, la reiteración de actitudes y gestos que se pueden catalogar de insolidarios, e incluso de irresponsables, por parte de los próceres españoles de todo color y signo político está siendo de traca en estos últimos meses. Vale que al llegar a un despacho que antaño ocupaba otra persona a todos les guste hacer cambios en la decoración o en el mobiliario, porque necesitan ajustar el entorno en el que se van a desvivir trabajando por nosotros para que sea más atractivo y su trabajo más productivo; vale, porque para eso les pagamos, y me parece bien que rindan en el trabajo todo lo que sea posible, así que ese gasto podemos considerarlo una inversión. Pero que el hecho de alcanzar un puesto de servicio para la comunidad, el pueblo, el país o como quieran llamar al colectivo de sus paganinis les permita barra libre de decisiones en las que juegan con el dinero y la vida de todos, eso… ¡eso es otra cosa!

Que se tramite la propuesta de subir el sueldo de los parlamentarios, aunque finalmente se rechazase, o decidir que los miembros del Consejo de Ministros tienen que adherirse a la subida salarial de los funcionarios demuestra que alguien -que toma decisiones o aconseja a quienes las toman- tiene el mismo grado de sensibilidad y empatía con los ciudadanos que una comadreja disecada. Ser incapaces de anunciar que, a la vista de la estrechez económica y la inseguridad laboral que vive todo hijo de vecino que no sea ministro -o, dicen las malas lenguas, simplemente político- se va a renunciar a una parte importante de los coches oficiales del hipertrofiado parque español y, en su lugar, proclamar que se van a cambiar todos esos coches por otros modelos más ecológicos, pero que tienen un precio medio sonrojante, para poner otra factura cienmillonaria encima de la mesa de los mismos de siempre; asistir a fiestas, eventos y consultas médicas en lugares lejanos -por más que la legislación lo permita- mientras los mismos asistentes le piden a la población que limite al máximo sus contactos y luego despachar la cuestión con una versión del famoso «lo siento mucho, me equivoqué. No volverá a ocurrir», suena demasiado a una actitud más propia de un patricio romano frente a los plebeyos que a la de un cargo electo en democracia. La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio otra vez. Lecciones de la historia que no deberían repetirse, pero lo hacen.

Desde luego, no parece de recibo que, dado el número de políticos de los que disfrutamos -y la plétora de asesores que les acompañan-, nadie se ocupe de advertir a los compañeros de viaje de que hay cosas que, para al menos parecer honestos, no deben hacerse. Si nadie avisa, puede ser porque nadie es consciente de que ciertas actitudes y hechos hacen dudar de la integridad -esa virtud en la que lo que tus palabras dicen coincide con tus actos- de los protagonistas, o porque lo son y se callan para dejar que aquellos cometan el error. O sea, que o son ignorantes, o trabajan para el enemigo.