Alguna reflexión merecen los héroes de nuestros días. Esos que reciben aplausos en plena pandemia, que están respaldados por millones de personas, que no temen arriesgarse. No. No son los sanitarios. Ni los cajeros de supermercado. Ni los transportistas que reparten productos esenciales. Tampoco los investigadores de la vacuna. Nada que ver con los farmacéuticos, los policías, los militares rastreadores y los que se dedicaron a la desinfección o los guardias civiles. Esas pasiones las desatan Donald Trump y Jair Bolsonaro. Ídolos para legiones de seguidores. Dos tipos que, a estas alturas de la crisis sanitaria, organizan actos multitudinarios en los que no existe la distancia social y la mascarilla es un complemento opcional. Pero ahí siguen, como estrellas del rock. La popularidad del presidente brasileño avanza a ritmo del covid. Rampante. La de Trump se medirá en las elecciones. Su última hazaña es organizar un acto en la Casa Blanca donde no se han respetado las medidas mínimas para evitar contagios. No importa. Él dice que está mejor que nunca, que cualquiera puede superar la enfermedad y volver por la puerta grande. Cualquiera que tenga un helicóptero que lo traslade a un hospital militar, que disponga de un grupo de médicos para él y un cóctel de tratamientos de todo tipo. Y su regreso también solo está al alcance de los que desprecian las vidas de otros. España merece un capítulo especial en la gestión de la pandemia, con memorables contribuciones de los diferentes partidos. Pero Trump y Bolsonaro juegan otra liga. Ellos viven su propia normalidad. Unos antisistema en la cima del mundo. Pero algo tienen que ver los ciudadanos.