Donald Trump: el hombre (y su caricatura) frente al espejo

Pablo Vázquez Sande
Pablo Vázquez Sande FIRMA INVITADA

OPINIÓN

ERIN SCOTT

08 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque sobre Donald Trump se ha escrito prácticamente todo, si hay algo especialmente reseñable desde la óptica de la comunicación política es, sin duda, su incapacidad de dejar indiferente a nadie. En un país donde la personalización de la política se ha elevado a su máximo exponente, la estridencia y estilo único del presidente -que fuese un rasgo «solo» como candidato sería menos preocupante- han marcado la agenda de medio mundo.

En esa ambición por construir un posicionamiento afortunadamente singular, incluso su manera de lidiar con el covid-19 ha sido particularmente excepcional. Atrapado más en la batalla del relato que en la guerra de la pandemia, Trump ha sabido surcar el mar de las incoherencias sin mayor flotador que él mismo. Ese arquetipo del «superhombre» que llegó en 2016 dispuesto a hacer America great again, con la mayoría de sus compromisos en papel mojado, no ha naufragado pese a todas las inclemencias que él mismo ha buscado. Su ataque feroz a los medios de comunicación -tristemente imitado también en estas latitudes-, su desafío al cambio climático o su execrable actitud racista no han sido más que elementos de construcción discursiva desafortunadamente retroalimentados por aquellos a los que se oponía.

Y es que, para su storytelling, Trump ha contado con grandes bazas y excelentes aliados, de entre las que destaca especialmente la del conflicto, elemento nuclear de todo buen relato. ¿Qué hay más humano que el desafío de salud que representa la amenaza del coronavirus en plena campaña electoral? ¿Cómo conciliar ese mensaje de un superhombre con la vulnerabilidad de una enfermedad?

Frente a aquellos que piensan que el debate electoral del pasado martes podría ser el factor decisivo, creo que la gestión del covid-19 puede ser el elemento que decante la balanza. Ya no solo se trata de la carrera por la vacuna sino, sobre todo, de la explotación de la enfermedad que está sufriendo en primera persona el líder del país de la personalización y la humanización política por antonomasia.

Sin salir de Europa, el primer ministro británico Boris Johnson vio cómo entre su entrada en la UCI el 7 de abril y su alta el día 12 su valoración en las encuestas se incrementó en unos 20 puntos porcentuales. Ahora habrá que ver si en Estados Unidos se produce un contagio similar y si Trump es capaz de activar el efecto underdog para revertir lo que, en este momento, recogen las encuestas.

Solo entonces sabremos si en las urnas estadounidenses pesan más las estridencias de un espejo cóncavo o las difuminaciones de promesas incumplidas en un espejo convexo. Lo que está claro es que Donald Trump está frente a su reflejo y eso le gusta. Falta por ver qué opinarán los electores, empezando por ese disputado voto hispano.