El futuro de la perplejidad

Manuel Gens FIRMA INVITADA

OPINIÓN

05 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Escuchamos estos días a muchos expertos de lo digital que la pandemia nos depara una excepcional oportunidad para renovar los objetivos y, especialmente, las oportunidades laborales y profesionales en España.

La palabra diamante es digitalizarse, y en ese empeño se han colocado en primera línea todos los discursos de desarrollo profesional que llenan los webinarios que nos asolan cada día. Cierto que escucho con fatiga creciente los mismos mensajes en distintos entornos, falta fuerza atractiva, mordiente, en definitiva, tenemos la sensación que nos encontramos en el «punto de aburrimiento de lo digital».

La constatación de esta realidad digital deprimida me obliga a realizar una reflexión en voz alta: «La pandemia nos ha exigido arbitrar soluciones con los remedios caseros propuestos por fabricantes de software, que han visto una oportunidad única de ampliar la base de mercado con productos integrados en el portátil, nadie se ha preocupado demasiado en los usuarios. Esto es lo que hay, no tenemos presupuesto para lujos, hemos aceptado con resignación ver en una pantalla de 12/15 pulgadas a los alumnos, ponernos los cascos y ejercer la teledocencia, sin más preparación que una charla del responsable TIC de turno. No hay una metodología, una toma de conciencia de la realidad digital aplicada a mi entorno, ni mucho menos un mensaje que transmita el optimismo de «nuestra sencilla relación con la tecnología».

Nos han cambiado la pizarra, pero no hemos podido hacer una reflexión crítica de lo que nos conviene en términos de calidad docente, calidad de vida y, lo más acuciante, la conexión emocional entre los que forman y los formados. Esa distorsión de los valores activos de lo presencial ha perdido su valor en sí mismo.

A lo largo de los años he podido constatar cómo algunos profesores en los cursos híbridos realizaban un esfuerzo intenso en lo que defino como «la pegada emocional»; esos instantes de relax y asueto cómplice con los alumnos remotos han contribuido de manera decisiva a que esta experiencia haya sido enriquecedora y nos permitiese disfrutar de un grado de aceptación muy elevado en este tipo de prácticas.

Sin embargo, pienso que nos hemos embarcado en la aventura del saber desde lo digital, no con lo digital. La falta de esa humanización digital interiorizada nos ha conducido a una relación perversa o inadecuada con la tecnología a través de las pantallas, llevándonos a un futuro de perplejidad por la falta de un marco referencial optimizado a las estrictas necesidades de cada colectivo humano digitalizado.

En 1988 organicé unas jornadas denominadas Galicia 2000 el amanecer de la Sociedad de la Información. En esas jornadas el profesor Bernardo Díaz Nosty ya nos alertó del peligro del tecnofascismo. Aquella charla suya y sus posteriores trabajos sobre las tendencias de los medios de comunicación me han permitido calibrar la relevancia que tiene para nuestra convivencia ajustar los «patrones digitales evolutivos» a nuestro estilo democrático de vida.

Insisto, finalmente: si no somos capaces de establecer unos criterios coherentes, calibrados con nuestras propias experiencias y poniendo en valor con una profunda mirada crítica lo que estamos haciendo para salvar la subitaneidad del tránsito hacía la convivencia digital, viviremos un futuro de perplejidad incesante.