La tortura máxima vital

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

22 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El ingreso mínimo vital se ha convertido para una mayoría de los que lo solicitan en la tortura máxima vital. Dos compañeras de la sección de Economía, Cristina Porteiro y Sara Cabrero, demuestran hoy que el periodismo es un oficio muy necesario y con mucho recorrido cuando camina sobre la punzante realidad. Publican un trabajo en el que se lee que solo el diez por ciento de los gallegos con derecho al tan anunciado ingreso mínimo vital percibe la ayuda. De un cálculo que se hizo de 40.000 posibles beneficiarios. Una vergüenza para un anuncio en el que los políticos pusieron tanto empeño. Sabemos que la administración tiene ritmo de tortuga, menos para cobrar multas o sanciones. Te distraes con una multa y te embargan. Sabemos que hay que documentar las ayudas, pero también sabemos que las familias que precisan el ingreso mínimo vital no pueden esperar por un mañana eterno. Un estómago vacío lo que menos tiene es tiempo. Una afectada, con tres hijos menores, lo cuenta como sufridora en un testimonio que prueba la tortura que está viviendo con la espera: «Llevo tres meses pegada al teléfono, mirando cada día la cuenta. Cuando me llegan mensajes del banco me ilusiono pensando que es el ingreso de la ayuda y lo que me encuentro son mensajes advirtiéndome que debo ingresar dinero porque los recibos han sido devueltos por falta de fondos». Así sobreviven muchas familias en España. No es normal que la velocidad de los anuncios políticos sea 5G, pletórica y eléctrica, y que el ministro Escrivá aún no haya reforzado la plantilla de funcionarios con los mil que prometió. Así aumenta el atasco, en un momento en el que la pandemia no da treguas. Los que están enredados en estas peticiones son los que más sufren. Son madres o padres solos, con hijos pequeños, que hace mucho que no tienen trabajos normales ni esperanzas de conseguirlos, que hace demasiado que recurren a los alimentos y a la ropa que se reparten en instituciones como Cáritas. Este salario para dignificar a los españoles, que vendió Iglesias, los está torturando en una demora que desespera a un santo.