Unidad, primer fiasco

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Fernando Villar | Efe

02 sep 2020 . Actualizado a las 18:33 h.

Una pequeña parte de la crónica política de los últimos años se escribe así: un día el presidente del Gobierno, sea quien sea, decide reunirse con el jefe de la oposición y otros líderes. Los medios informativos se encargan de calentar el ambiente, porque ver que dos adversarios se sienten a hablar sigue siendo una gran noticia en este país. Llega el día de la gran cita y las tertulias matinales plantean la gran adivinanza: se ponen a especular sobre las posibilidades de entendimiento, a hacer severas reflexiones sobre el tiempo que llevan sin hablarse y a lamentar tanta incomunicación. Después de la reunión, lo primero que se hace es medir el tiempo consumido. Lo segundo, escuchar las explicaciones de los protagonistas o sus portavoces. Y al final, sucede que la crónica de hace años sigue siendo perfectamente válida. Solo requiere actualizar términos y cambiar los nombres.

La misma liturgia se ha seguido en el encuentro estelar de Pedro Sánchez y Pablo Casado. Y el balance final también es parecido: el invitado sale con la satisfacción de haberle dicho diez verdades al presidente, y la portavoz de Sánchez pone el calificativo de «decepcionante». ¿Decepcionante por qué, si se coincide en crear una Agencia Nacional para la Recuperación, si hay acercamiento en la reforma sanitaria y si el político conservador acepta la propuesta de cohesión social y pueden hacer juntos un plan de choque económico? Es decepcionante porque Sánchez fracasó en dos de los objetivos buscados: el apoyo del PP a los presupuestos y la renovación de instituciones como el Consejo del Poder Judicial.

A Sánchez, además, le tiene que haber dolido que se le reproche que ni siquiera informó a la oposición del nombramiento del fiscal general, de la inclusión de Pablo Iglesias en el entramado del CNI y de la infinita provisionalidad de RTVE. En el fondo de esa crítica hay una sutil acusación de autoritarismo y hay, sobre todo, el primer fiasco de la ensoñación sanchista de unidad. Si mantiene ese sueño, ha de buscarlo en otros partidos. Tiene que sentir alguna nostalgia del bloque de investidura, que le dio el poder a cambio de la mera ilusión del cambio.

Lo bueno de Casado es que tiene un culpable para sus negativas más sonoras: Podemos. Al Gobierno lo acusa de ineficacia o de incumplimiento del escudo social. A Podemos le hace acusaciones más gruesas, muy del gusto del electorado conservador: quiere un cambio de régimen, defiende la autodeterminación, blanquea a Bildu, es el cáncer del sistema, no se le puede admitir en el juego institucional ni en la redacción de las cuentas públicas. Pero tiene algo más discutible: sea como sea Podemos y piense lo que piense, tiene 35 diputados y forma parte del Gobierno. La posición de Casado es el último veto. Resultado: la reunión no fue decepcionante. Fue la lógica cuando toda la unidad y el consenso se juegan a una carta; a una única reunión.