¿Final de ciclo en Estados Unidos?

Jaime González Ocaña FIRMA INVITADA

OPINIÓN

LEAH MILLIS | Reuters

30 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El 4 de julio, el Día de la Independencia, es la fiesta más emblemática del santoral cívico estadounidense. Solo tal vez Acción de Gracias puede competir en términos de significado cultural nacional.

Ese fin de semana se multiplican las celebraciones: desfiles, música, banderas y discursos patrióticos que no pueden ocultar que los EE.UU. viven una situación convulsa. Esta es una América debilitada, herida, dividida.

El país es incapaz de controlar la expansión del covid-19. Falta una acción coordinada entre los estados y una dirección efectiva del Gobierno federal. La caótica respuesta ha rayado el tercermundismo.

La muerte de George Floyd a manos de la policía ha despertado un movimiento ciudadano en aras de la igualdad racial y la reforma social, corriente que obliga a confrontar los demonios del pasado: la mancha de la esclavitud, de la segregación, el legado de décadas de hipocresía, de injusticia, de desigualdad.

La extrema derecha ha repuntado alarmantemente. Los sectores más retrógrados de la sociedad rechazan los ideales de tolerancia e integración. La repuesta del ala liberal en la izquierda es vehemente, proponiendo soluciones radicales que asustan a los moderados.

En el plano exterior, la política de Trump ha promovido la retirada de Estados Unidos como actor principal y fuerza de cambio. En el interior, el espíritu democrático ha disminuido: acusaciones de abuso de poder presidencial, partidismo feroz en el Congreso y esfuerzos para la supresión del voto, especialmente contra las minorías. Las elecciones se ven rutinariamente amenazadas por la interferencia extranjera.

Ideológicamente, el país vive la culminación de una fractura que nació hace más de veinte años. Domina la polarización. La discordia y la división se ha exacerbado. Demócratas y republicanos (ciudadanos y representantes políticos) se desprecian mutuamente y no consiguen entenderse.

La pandemia ha reducido la actividad económica hasta en un 15 %. Sufren más los más vulnerables. El sistema sanitario es extremadamente caro y revela injusticias. El país ha entrado en recesión y el nivel de paro es el más alto desde la Gran Depresión. Los efectos durarán años.

¿Son los Estados Unidos un gigante con pies de barro, una sociedad al final de un ciclo histórico de crecimiento y apogeo? ¿O una entidad capaz de regenerarse y transformarse, de superar esta coyuntura? América, enfrentada «simultáneamente a cinco crisis épicas que han creado un desastre moral, espiritual y emocional … ya no parece tan excepcional», concluía el respetado columnista conservador David Brooks en The New York Times hace unos días.

El idealismo y la esperanza son fuerzas vitales del experimento americano. El país nació con la convicción de tener la necesidad moral de perfeccionarse: una entidad cívica dinámica, con la capacidad y la obligación de crecer, de mejorar, de pulirse. Pero no se observa una solución fácil y armoniosa a corto plazo. Para los estadounidenses, hay mucho trabajo por delante.