La culpa fue del chachachá

Pedro Armas
Pedro Armas AL DÍA

OPINIÓN

20 jul 2020 . Actualizado a las 05:01 h.

El candidato encaja la derrota, desencajado, justificando lo injustificable. Sus votantes se sienten desnortados, porque dos días antes había anunciado un apoyo masivo del paisanaje, que llevaría a un cambio histórico en el país y hasta en el paisaje. Felicita a los ganadores y agradece a los colaboradores. Alaba la sabiduría de un pueblo que no ha sabido elegir bien, aunque no deja claro si ese pueblo ha votado como siempre o como nunca. Adelanta que no va a asumir la culpa, versión católica de la responsabilidad política. Habla de factores no tangibles, como la pandemia, la meteorología o la liquidez del voto. Pide una reflexión serena, primer peldaño para una recuperación que, por supuesto, habrá de liderar él, ya que reflexión no supone autocrítica y asunción del fracaso. Nada sobre un congreso extraordinario para poner el cargo a disposición de una militancia que ya le ha elegido como primus inter pares en unas primarias celebradas en el momento oportuno y con el censo oportuno. La acumulación de poder no es buena o mala, ni es cuestión de adanismo, sino de liderazgo, pero de liderazgo social, no orgánico.

Algunas causas de la derrota parecen irremediables. La inconsciencia frente al austericidio. La atribución de aciertos en la gestión de la pandemia a Feijoo y de errores a Sánchez e Iglesias. El interés de Feijoo por Madrid, sin reconocer el sucursalismo propio. El apoyo de todos los medios a Feijoo, sin preguntarse por qué algunos apoyan también a Pontón. La concentración del voto de los mayores en Feijoo, sin explicar por qué no le votan a él los jóvenes. La pugna por la bandera del galleguismo, cuando, entre original y copia, el votante no duda. El uso o no de la marca de partido, cuando no es determinante. El desequilibrio de la ley electoral, cuando nadie se acuerda de la circunscripción única. La contraposición entre nueva política y vieja política, cuando vemos qué pronto, y qué mal envejecen ambas.

Otras causas parecen irrelevantes. Las peleas internas por las listas, para acabar colocando en las mismas solo a afines sin tirón electoral. El batiburrillo de siglas y alianzas (por cierto, la estrategia de los tres mosqueteros no era «todos contra uno y uno contra todos»). La discordancia de los resultados con la hegemonía en gobierno, diputaciones y ayuntamientos. La pésima actuación en el único debate televisado (por ejemplo, entrando al trapo a Vox)... Quizás hubiese sido mejor que, en vez de fiarse del gabinete de prensa, se hubiese fiado del Gabinete Caligari y nos hubiese dicho que la culpa fue del chachachá.