«O povo é quem mais ordena»

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

16 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante la protorrevolución populista (2015-2020) solo hubo un teórico de la democracia -yo mismo- que se mantuvo fiel al principio básico del sistema, que, de acuerdo con Zeca Afonso, consiste en que «o povo é quem mais ordena». Mi tesis era que el pueblo tiene en su mano las decisiones esenciales de la democracia; que puede levantar o hundir partidos y gobiernos; que puede cambiar o deformar el sistema; y que puede pronunciarse con conocimiento y sentido, o dejarse llevar por pasiones que irrumpen en la mentalidad colectiva. Por eso establecí tres corolarios: a) que los pueblos libres tienen responsabilidad intransferible en la felicidad de las naciones; b) que hay errores que solo el pueblo puede cometer y rectificar; y c) que, si el pueblo vota a ciegas, o frívolamente, es imposible que los pactos arreglen -como si la composición de los parlamentos fuese irrelevante- los desajustes del sistema.

La teoría que entonces hacía furor era que «la gente» puede votar a quien le dé la real gana, y que, si el resultado genera parlamentos ingobernables, la responsabilidad de encontrar una salida feliz se transfiere a los líderes políticos -«que para eso les pagamos»-. A ellos se les encarga que, mediante pactos y componendas, reconduzcan el pluralismo exacerbado generado por los votos a una utópica y abstracta formulación de las necesidades de la patria, que debe servir para que Casado y Arrimadas -es un ejemplo- apoyen los presupuestos de Rufián e Iglesias.

Hoy tenemos muy claro, e non foi sen tempo, que entregar la gobernabilidad del Estado a cuadrillas de aventureros populistas y nacionalistas, sin experiencia en nada, y haciendo gala de gobernar con la gorra, es una grave irresponsabilidad. Y también sabemos que se inflaron a votos y rendidos halagos mediante un pueril recurso a las emociones y sentimientos de un pueblo que, soberanamente indignado, dejó de votar con la cabeza para hacerlo con las vísceras. Y así llevábamos cuatro años, jaleando pactos atrabiliarios e inestables, hasta que el pueblo gallego, amenazado por la crisis, volvió a descubrir la piedra filosofal. Y, de un solo tajo, limpio y preciso, borró del mapa a las mismas mareas que hace ocho años lo habían encandilado.

Se acabó la nueva política y el infausto desgobierno de las urbes. Y nuestra inteligente y admirada reacción consiste en volver al Parlamento tripartito que, desde 1989, ya era como hoy. Creo, sin embargo, que muchos politólogos están equivocando el análisis de este feliz suceso. Porque la pregunta fetén no consiste en saber por qué se hundieron las mareas y Podemos, sino por qué emergieron, contra toda lógica, hace ocho años. Porque, mientras todos sabemos que se hundieron por la ley de la gravedad política, nadie sabe, en cambio -porque es el mayor enigma del universo-, qué le vimos a las mareas y a sus líderes para elevarlas al cielo. Un problema que ni yo puedo resolver. Aunque, para mi placer, supe desde el principio dónde estaba el busilis y cuál era su remedio.