Debate: ¿Es la sociedad norteamericana racista? ¿Y la nuestra?

Una rodilla en el cuello durante los minutos que fueran necesarios para que George Floyd, un hombre fuerte y de raza negra, muriera en manos de un pollicía. Ocurrió en EE UU, donde se han levantado para protestar miles de personas que gritan: no al racismo. ¿Es la sociedad norteamericana racista? ¿Y la nuestra?La Voz de Galicia le ofrece la opinión de dos expertos.

El presidente de la Asociación Modelo Burela, Pablo Álvarez, y la abogada Gemma Pérez contestan a la pregunta:¿Es la sociedad norteamerica racista? ¿Y la nuestra? La muerte de George Floyd ha conmocionado el mundo. Las movilizaciones y las protestas no han dejado de sucederse reclamando una solución a un problema histórico: el racismo. 


Una mirada a EE.UU., un aviso a España

Aunque ha sido la gota que colma el vaso, George Floyd no ha sido el único. Breanna Taylor o Tony McDade son otros nombres de una larga lista de personas negras asesinadas en Estados Unidos a manos de policías.

Estos asesinatos han dado lugar a un gran número de manifestaciones a lo largo de todo el mundo reclamando justicia y cambios efectivos en el sistema que acaben con estos crímenes.

El racismo procedente de las personas y de las instituciones públicas no es un problema exclusivo de Estados Unidos: en España también debemos ser conscientes de su existencia y de la necesidad de adoptar medidas eficaces para combatirlo.

No es suficiente con que, en el plano teórico, el derecho a la no discriminación haya sido consagrado en el artículo 14 del Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, sino que debe verse una aplicación práctica y real de este principio básico.

Una de las grandes críticas a España desde diversos organismos internacionales es algo tan básico como que nuestra Constitución no reconoce explícitamente el derecho a la igualdad ante la ley para los extranjeros: nuestro artículo 14 únicamente se refiere a los españoles. Además, todavía carecemos de una Ley Integral para la Igualdad de Trato y No Discriminación, algo que en 2013 ya advirtió el entonces Relator Especial de la ONU, Mutuma Ruteere.

De acuerdo con el informe relativo al Análisis de casos y sentencias entre los años 2014 y 2017 en materia de racismo, xenofobia, lgtbifobia y otras formas de intolerancia (elaborado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones), la mayoría de los delitos de odio son por motivos de origen racial o étnico, produciéndose los mismos predominantemente en la vía pública -donde prevalecen los delitos de lesiones- o a través de medios de comunicación virtual -donde prevalecen los delitos de amenazas-.

Son también llamativos los datos que ofrece este informe en relación a la pertenencia de los acusados a un grupo concreto. En los fallos judiciales analizados, el 14 % de acusados formaban parte de la Administración pública, dentro de los cuales un 82 % pertenecían a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el 18 % restante, a cargos políticos en la Administración.

Es posible que estas cifras sean incluso mayores, puesto que muchos inmigrantes en situación administrativa irregular en España no denuncian por miedo a ser expulsados de nuestro país.

Otra conducta sobre la que debemos poner el foco en España son las identificaciones policiales basadas en perfiles étnicos y raciales. Ya en el año 2009, en el caso de Rosalind Williams LeCraft contra España, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas consideró que este tipo de prácticas suponían una vulneración del Pacto de los Derechos Civiles y Políticos, al afectar a la dignidad de las personas y la propagación de actitudes xenófobas entre la población.

No obstante, a día de hoy siguen produciéndose este tipo de identificaciones. Es más, actualmente está pendiente de resolución ante el TEDH el caso Zeshan Muhammad contra España por la comisión de este tipo de prácticas.

No solo las instituciones públicas deben escuchar a las organizaciones que luchan contra el racismo con el fin de aprobar leyes y políticas que permitan combatirlo y acabar con él. También nosotros, como sociedad, debemos preocuparnos por escuchar estas voces, aprender y tomar una actitud activa para lograr un cambio efectivo. Solo así conseguiremos avanzar hacia una sociedad igualitaria.

Autor Gemma Pérez Abogada en ABA Abogadas

Traballando para o futuro con perspectiva histórica

O traballo é o motor do desenvolvemento civilizatorio, polo que hai que facerlle reverencia.

 

É preciso ter un mínimo de perspectiva histórica para decatarse de que foron os nosos avós os que co seu traballo incansable, a súa sobriedade vital e un sentimento fraterno cara á comunidade trouxeron o estado de benestar e a sociedade tecnolóxica.

Mais a memoria é moi fráxil, e periodicamente esquecemos aos seus protagonistas transformando a narrativa.

Unha mostra palpable é o relato mitolóxico dos EUA que amosa ao presidente Lincoln como o liberador de escravos; o presidente non cría de ningún xeito na convivencia entre brancos e negros, mais non tivo reparo ningún en promover a Proclamación de Emancipación nos estados do sur coa única fin de ter o control dos estados rebeldes. Lincoln non liberou a un só escravo.

Deste xeito, a sociedade americana contemporánea, complexa, heteroxénea, multicultural e racializada, aséntase sobre unha narrativa ficticia deseñada para perpetuar a súa discriminación estrutural.

O macabro suceso de George Floyd, visionado por todos nós case a tempo real, removeu as nosas conciencias e prendeu a mecha de distintos episodios de violencia.

Mais creo que nos enganamos de raíz se pensamos que toda esta problemática está localizada e que nos é allea: atopámonos, por contra, nun momento histórico de cambio de paradigma, nun contexto de crise civilizatoria, no que temos que escoller un camiño.

Se a mediados do século XIX en España estaba normalizada a venda de persoas, que permitiu financiar a revolución industrial de Cataluña, Andalucía ou o País Vasco na segunda metade do século, hoxe en día é toda a comunidade estranxeira a que está asumindo a realización dos traballos menos cualificados nos sectores agrícola, pesqueiro, na construción, na hostalería, nos coidados e a dependencia…

É aí onde aterro no título que nomea esta opinión: podemos prescindir de quen asume unha parte esencial do traballo máis duro e importante da nosa sociedade? Podemos maltratar á verdadeira meritocracia? Podemos desprezar o esforzo de quen deixa unha vida atrás para comezar outra? Temos capacidade para frear a migración de quen foxe da miseria?

As preguntas son retóricas, mais tamén un convite a que cadaquén poida dar as súas propias contestacións.

A título persoal, direi que me enche de tristeza que a nova do pasado 2019, na que un rapaz caboverdiano da miña vila, Burela, era o primeiro en superar as probas de selectividade nos últimos seis anos, non deixe de ser unha simple anécdota, que este feito teña menos relevancia que moitos eventos lúdico-gastronómicos ou deportivos, a ausencia de recoñecemento institucional, que nin sequera exista unha reivindicación unánime do conxunto da comunidade educativa e que, meses despois, todo sexan atrancos, cambadelas e trabas burocráticas para dar continuidade ao seu proxecto.

Hai moitas formas de violencia. Unha, a máis obvia, aquela que ten unha manifestación física e que se pode visualizar; outra, non menos relevante e prexudicial, a institucional, a normalizada, a interiorizada e que modula o noso pensamento.

Precisamos ser honestos con nós mesmos, temos que pór en valor o traballo, a verdadeira meritocracia, asimilar, integrar, aprender e ensinar. A crise sanitaria amósanos a nosa fraxilidade e a evidencia obxectiva de que só podemos saír adiante como comunidade: hai que traballar para o futuro.

Autor Pablo Álvarez Ramos Abogado. Presidente a la Asociación Modelo Burela
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