Lo que el viento revisionista se llevó

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

BRISTOL CITY COUNCIL | Reuters

12 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En abril del 2018, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, retiró el nombre del almirante Pascual Cervera y Topete de una calle de la capital catalana con el argumento de que el militar era un fascista. «Un facha». Cervera es en realidad un héroe de la guerra de Cuba al que incluso Fidel Castro rindió homenaje en 1998 recordando su «hazaña» en la batalla de Santiago de Cuba de 1898. Y murió en 1909, una década antes de que el fascismo surgiera en Europa. Quizá este ejemplo que nos toca de cerca ayude a comprender el desvarío que supone confundir las justas protestas contra el racismo y la brutalidad policial en Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd con el intento de reescribir la historia universal de acuerdo a los actuales parámetros de corrección política y mediante la violencia y el vandalismo.

Una ola de estulticia recorre América y se ha extendido a Europa. En Estados Unidos se decapitan estatuas de Cristóbal Colón bajo el lema «Black Lives Matter», aunque muriera más de cien años antes de que los primeros esclavos negros llegaran a aquel país. El delirio llega al punto de atacar estatuas del expresidente Abraham Lincoln, que fue quien abolió la esclavitud en Estados Unidos. Y en Inglaterra se profanan estatuas de Winston Churchill, que luchó heroicamente contra el nazismo, llamándole «genocida» y «racista». Lo primero es falso y lo segundo es sacar de contexto sus comentarios sobre la «superioridad» de los británicos en una época en la que esa expresión no tenía la connotación aborrecible que tiene ahora. Pero el paroxismo revisionista llega al punto de que la plataforma HBO retira de su catálogo la película Lo que el viento se llevó, presionada por quienes argumentan que el filme más visto de todos los tiempos «perpetúa los estereotipos más dolorosos para las personas de color». Claro que lo hace. Pero prohibir su visión 80 años después, además de estúpido, es tratar a los ciudadanos como imbéciles, incapaces de discernir entre pasado y presente.

Todos esos argumentos llevarían a prohibir miles de películas, novelas y pinturas por su incorrección política o por retratar a las mujeres como objetos sexuales de acuerdo a los parámetros actuales, y a derribar todas las estatuas de reyes y emperadores del planeta anteriores al siglo XX, desde Alejandro Magno a Julio César pasando por los Reyes Católicos y Napoleón, por genocidas y fascistas. Y hasta la de George Washington, que tuvo a su servicio a más de 130 esclavos. Ese fanatismo revisionista y censor al que asistimos, escondido bajo la bandera de un falso progresismo, es la continuación del que llegó a impedir la edición de libros y la producción de películas de Woody Allen acusándole de cometer abusos sexuales cuando jamás ha sido juzgado por ese supuesto delito, y que pide que se retiren todos los ejemplares de la Lolita de Nabokov.

Por cierto, Colau cambió el nombre de la calle Almirante Cervera por el de Pepe Rubianes. Aquel que dijo: «Que se metan a España en el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario». Eso sí es corrección política.