Tras Ambrosio, el de la carabina

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

23 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El confinamiento y otros perjuicios que ha repartido generosamente el estado de alarma han tensado especialmente a analistas, columnistas y tertulianos, hasta el punto de que algunos han saciado sus ansias de abrir fuego metafórico contra el adversario sacando una carabina, concretamente la carabina de Ambrosio, para no hacer demasiada sangre.

Uno ve en el Gobierno bipartito «la carabina de Ambrosio o el Gulag de Stalin». Otro había escrito que «Sánchez se ha cegado tanto que se ha confundido de escopeta y ha usado esta vez la carabina de Ambrosio contra sus rivales». Pero hay hasta para Mariano Rajoy, del que se dice que en Cataluña aplicó «un 155 de fogueo, disparado con la carabina de Ambrosio».

Esta mítica arma se emplea en la locución coloquial ser [alguien o algo] la carabina de Ambrosio, con la que se viene a decir que no es de ninguna utilidad. Su origen, y más concretamente el de Ambrosio, siguen siendo un arcano. Paremiólogos como Montoto o Sbarbi han confesado el fracaso de sus pesquisas. Muchos de los que han escrito sobre esto, incluido José María Iribarren, han recogido la versión publicada en 1900 en Por estos mundos. Según aquella «revista de viajes y aventuras», Ambrosio fue un labriego sevillano de principios del siglo XIX. Como no le iba bien trabajando la tierra, decidió abandonar los aperos y dedicarse a salteador de caminos, acompañado solamente por una carabina. Pero como su candidez era proverbial en el contorno, cuantos caminantes detenía lo tomaban a broma. Él culpaba a su carabina, pues creía que no imponía respeto. El autor del texto concluía que «es este el origen verdadero de la popular frase».

Sería el «origen verdadero», pero los datos lo contradecían. Así, señalaba que Ambrosio había vivido a principios del XIX, pero ya el Diccionario de Autoridades recogía en 1720 la locución de marras, y con el sentido que aún conserva, y el padre Isla exhibía la famosa arma en su historia de fray Gerundio de Campazas, de 1758.

El tema del labrador que fracasa como bandido se repite en varias obras, como El bosque animado, de Fernández Flórez, donde Xan de Malvís se convierte en Fendetestas, o la zarzuela La carabina de Ambrosio, del maestro Chapí, que sitúa la historia en Aragón.

En Andalucía todavía se canta esta copla: «El hombre que es cojo y tuerto, / enamorado y celoso, / a ese le llama mi madre / la carabina de Ambrosio». Y nuestro carabinero sigue envuelto en el misterio.