Una gran ficción o una debilidad

OPINIÓN

Ballesteros

21 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Si lo ocurrido con la ampliación del estado de alarma fuese como lo hemos contado, Pedro Sánchez habría lanzado al aire la Presidencia del Gobierno. Al no aceptar las exigencias de Esquerra Republicana, habría roto «el espíritu de la investidura», como dijo Gabriel Rufián. A cambio de ese sacrificio habría quedado como un gobernante que deja de ser rehén del independentismo y no acepta cambiar unos días de confinamiento por las pretensiones nacionalistas.

Cuesta trabajo creer tanta dimensión de estadista, necesitando como necesita el apoyo de Esquerra para completar la legislatura, que es su auténtica obsesión. Y cuesta trabajo, sobre todo, creer que se haya jugado la tranquilidad de la Presidencia cuando su gran ilusión es mantener la unidad del bloque que le llevó al poder.

Acepto, por tanto, la posibilidad de que ayer hayamos asistido a una gran representación teatral. Tal y como está la contienda electoral en Cataluña y la pugna por el voto independentista, a Esquerra le interesan dos cosas. La primera, sostener el mensaje de defensora de la libertad de los presos y de la mesa de diálogo formalmente interrumpida por el coronavirus. La segunda, romper la imagen de partido que se entiende con Madrid en cuestiones de menor cuantía, cuando la aspiración es la independencia. Esquerra no puede dejarle esa baza a Torra y Puigdemont si quiere gobernar la comunidad después de las próximas elecciones autonómicas. Sumados los intereses del PSOE y de los republicanos, a ambos les venía bien esa apariencia de ruptura.

¿Y cómo atraer a Cs? Bastaba tener presente su última exigencia: Arrimadas había exigido a Sánchez un plan B para el voto afirmativo en la quinta prórroga. ¿Alguien ha visto ese plan B por alguna parte? No lo hay y, sin embargo, Ciudadanos votó a favor, seguramente bajo la seducción de volver a ser el partido útil, un partido de centro con solo diez escaños, pero con cintura política y voluntad patriótica de echar una mano, en busca del beneficio de dejar de ser una fuerza política irrelevante. Un buen negocio es aquel que beneficia a las dos partes, dicen los comerciantes, y esto ha sido un buen negocio para el Gobierno y para Ciudadanos. Y, bueno, también para ERC si se acepta la teoría conspiratoria que acabo de exponer.

Y, si se acepta, ¡qué pena de política! No se está entendiendo como un servicio, sino como un juego de astucias. Lo malo es que, por esos juegos malabares y teatrales que tanto esfuerzo imaginativo requieren, se traslada a la sociedad la imagen de inestabilidad política. Porque eso es lo que está hoy en el debate público: si se ha roto el espíritu de la investidura, aunque sea mentira, el Gobierno acentúa su debilidad.