La «desglobalización» no es una ocurrencia de Trump

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

Donald Trump, el viernes en el despacho oval
Donald Trump, el viernes en el despacho oval KEVIN LAMARQUE |Reuters

16 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La marcha atrás en la globalización económica no es algo que podría ocurrir como consecuencia de la pandemia del covid-19. Es algo que ya está ocurriendo. Y no es consecuencia de la pandemia, empezó mucho antes y esta solo está acelerándolo. Tampoco es una iniciativa de Donald Trump, aunque la estridencia del presidente norteamericano haga que lo parezca. El jueves, propinaba otra de sus salidas de tono populistas cuando amenazaba con «cortar toda relación» comercial con China. Pero la exageración contiene una dosis de verdad: Estados Unidos está, en efecto, desvinculándose de la economía china, y lo hace con el consenso tácito de la oposición demócrata y la complicidad de muchos empresarios.

Hasta qué punto puede llevarse esa desvinculación es otro asunto. Desde luego, «cortar toda relación» es imposible. Son ya cuarenta años de incorporación progresiva de la economía china en la occidental y el grado de integración es enorme, como se ha podido comprobar en esta pandemia. No solo se ha constatado el colapso instantáneo del mercado internacional de productos estratégicos, como el material médico básico. Ha bastado que una provincia china se paralizase durante pocas semanas para que fábricas de medio mundo se encontrasen con una crisis de repuestos y suministros. Pero esta es precisamente la experiencia que juega a favor de la «desglobalización». Muchos empresarios han empezado a calcular el riesgo que supone esta vulnerabilidad y, en el caso de grandes firmas, puede que encuentren más rentable la repatriación de sus fábricas o la diversificación de sus vías de suministro. Lo singular de Estados Unidos es que su Gobierno persigue este fin de manera deliberada e incluso agresiva. Cuenta con mecanismos para ello, por lo que esa «relocalización», que ya está ocurriendo desde hace tiempo, se acelerará. Y algo parecido está sucediendo, por ejemplo, en Australia, un país cuya dependencia del mercado chino es mayor incluso que la de Estados Unidos.

El caso de Europa, en cambio, es más complejo. Durante la polémica en torno a la empresa china Huawei y la red 5G -y dejando al margen la polémica en sí-, se pudo comprobar que el consumidor europeo no ve con preocupación que una potencia extranjera pueda llegar a controlar sus redes estratégicas de comunicaciones. Incluso se puede detectar una curiosa forma de «consumismo ideológico» en la tendencia de muchos europeos a ponerse instintivamente del lado de Pekín en sus conflictos con Estados Unidos, simplemente porque están satisfechos con los productos digitales que compran a marcas chinas.

Puede que al final no les corresponda a ellos elegir. El poder del consumidor es uno de tantos poderes cuya influencia se exagera, y la interconexión de la economía tiene un efecto paradójico que no siempre se aprecia correctamente: por la misma razón que cuando tiende la integración esto se vuelve una fuerza irresistible, si toma el camino contrario esa fuerza será igual de incontrolable.