La palabrería no se la lleva el viento

Pedro Armas PROFESOR DE LA UDC

OPINIÓN

13 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El virus ha provocado infodemia, exceso de información sobre algo. La palabrería que ha traído, tan lógica en el plano clínico como ilógica en el lingüístico, llega a ser ridícula en el de la comunicación. Demasiadas comparecencias televisadas y traducciones precipitadas. Falta en el Gobierno, o alrededores, un inventor de palabras como el de La Colmena de Cela, aquel que las inventaba de una en una para enriquecer el léxico y regalárselas a los demás.

Hay palabras que ya estaban en nuestro vocabulario, pero han cambiado de paradigma: aplauso, cuarentena, epidemia, héroe, himno, hipocondríaco, incubación, mascarilla, patología. El aplauso ha pasado de ser una expresión de júbilo a ser un homenaje de balcón. La cuarentena, de ser un aislamiento sanitario preventivo a ser un arresto domiciliario masivo, que dura más de cuarenta días. La epidemia ha saltado a pandemia, apocalíptica por su escala universal. Los héroes de hospital o supermercado han sustituido a los de cómic o pantalla. Los himnos son ahora del Dúo Dinámico o Sabina. La mascarilla es más sanitaria que cosmética...

Interpretamos la gráfica de contagio, para medir su expansión, cruzando el número de casos con el tiempo de enfermedad. Decimos que la curva se aplana cuando dibuja una meseta. Superamos el pico de contagio como si fuese un pico de montaña. Buscamos al paciente cero después de localizar al paciente uno. Descubrimos enfermedades zoonóticas, que pasan de animales a humanos, e investigamos qué es un pangolín. Miramos al microscopio la estructura coronaria del coronavirus. Calculamos los días de incubación. Metemos Wuhan en Google Maps. Pedimos en la farmacia gel hidroalcohólico desinfectante y hasta preguntamos al farmacéutico si tiene un 60 % o se aproxima 95 % de alcohol, porque deseamos la máxima desinfección. Compramos dos termómetros para tener una segunda opinión en la toma de temperatura. Ponemos guantes de usar y tirar y procuramos no tocar los fómites o superficies de contagio (barras, manillas, pomos). Guardamos la distancia de seguridad, que pensábamos que era solo para los coches.

Discutimos si un estado de alarma es lo mismo que un estado de excepción, como el de las películas (militares por las calles, avisos por megafonía). Asumimos el eufemístico confinamiento. No entendemos bien qué es la desescalada, quizás porque se trata de una mala traducción del inglés. Le llamamos hashtag a la etiqueta #yomequedoencasa. Tanta palabrería ha llegado para quedarse, no se la lleva el viento.