Sin perro, sin niño y encima calvo

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

Paolo Aguilar | Efe

30 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Al principio del estado de alarma todavía se podía ir a las peluquerías, pero en mi azotea hace años que no crece la hierba así que no me quedó más remedio que permanecer en casa. Luego tenía una cita programada para pasar la ITV, y ya me las prometía muy felices yendo a pasar la tarde a la inspección en mi flamante descapotable, recién estrenada esta soleada primavera. Pero justo dos días antes se decidió que los talleres podían ser un foco de contagio del virus y el coche se quedó aparcado en el garaje.

La urbanización en la que vivo tiene, probablemente, la mayor densidad de población perruna de toda la provincia de A Coruña, y, dentro de ella, mi portal se lleva la palma. Tengo vecinos de cuatro patas arriba, abajo y hasta en la puerta de enfrente, pero soy de los que piensa que los animales están mejor en libertad (o en una finca), así que no puedo sacar a pasear ni un hámster.

Un rayo de esperanza vino a alumbrar mi triste situación cuando se anunció que los niños podrían por fin salir a la calle, acompañados por un adulto. El problema es que mi niño tiene 14 años y el Gobierno estimó que solo podían airearse los «menores de 14», no fuera a ser que al resto de la gente le hiciera daño un poco de oxígeno. Y de todas formas habría dado igual, porque mi hijo -que está encantado con el confinamiento: no tiene clase y se pasa el día jugando al Fortnite- nos dejó muy claro a mi mujer y a mí que ni de broma iba a sacarnos de paseo.

En fin, que aquí sigo como la mayoría de ustedes, contando las horas para que llegue el 2 de mayo (fecha bien simbólica, no faltan motivos para otro levantamiento), porque hemos sido buenos y papá Sánchez ha dicho que podemos salir, y además a algunos les va a dar paga por haberse quedado sin trabajo. Eso sí, una hora y sin alejarnos demasiado de la celda, perdón, de casa, no vaya a ser que lleguemos a la frontera y echemos a correr sin mirar atrás, como recomendaba uno en Internet. Y es que ya se lo decía el otro día a mi mujer, «nos tratan como a niños». Pero ella me corrigió inmediatamente: «Como a niños no, porque los niños no son idiotas».