Demasiados cómplices

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

29 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Inés es una adolescente que todos los días, a las nueve de la tarde, sale a la ventana a animar con su gaita los aburridos balcones del coronavirus. Su padre hace de atril, ella toca dos piezas y vuelve serena a sus tareas. En el bloque de enfrente, Leire, con apenas dos añitos y sus pelos rizos, mira con ojos brillantes a la joven gaiteira y, cuando esta acaba sus muiñeiras y sus pasacorredoiras, aplaude con ganas. Es la cita comunitaria del día. Hay un refrán que sentencia que la cárcel y el camino hacen amigo. Incluso las situaciones más duras tienen sus momentos de humanidad, y esa sonrisa profunda que derrota cualquier adversidad. Inés saca su música a la ventana desde el primer día de confinamiento, esta especie de arresto domiciliario que parece no tener fin. Como le diría Tim Robbins a Morgan Freeman en Cadena perpetua, tal vez sea ese el lugar más adecuado para tocar, no la armónica, como en la película, sino la gaita, para no olvidar. «¿Olvidar?», pregunta Freeman. No olvidar que nadie te puede quitar algo tan esencial, la esperanza, le respondería Robbins. La esperanza de poder salir un día a la calle sin temor a que el fantasma se te meta en el cuerpo y acabe ahogándote sin oxígeno en la uci de un hospital, solo y sin la voz de una persona querida a tu lado. Sin embargo, no se puede confundir esperanza y deseo. En estos tiempos de desorientación son muchos a hablar y pocos a decir. Ni siquiera a Leire, con su inocencia infantil, se le ocurriría que hay que inyectarse detergente. El poder puede llegar a ser muy perverso. Escribía Cela que criminal no solo es el que degüella, sino también el que afila el cuchillo. Y este mal silencioso que nos oprime tiene demasiados cómplices.