Homenaje sonoro para un alma silenciosa: Dositeo Rodríguez

Pilar Alén IN MEMORIAM

OPINIÓN

Dositeo Rodríguez en una imagen del año 2013
Dositeo Rodríguez en una imagen del año 2013 monica ferreirós

05 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

No he tenido el privilegio de poder tratar mucho a Dositeo Rodríguez. No he podido llegar a conocer ni muchas de sus aficiones, sus anhelos, sus gustos e ilusiones personales… En fin, no he tenido, no he podido y, pienso que quizás no he sabido, conocer a fondo muchas de las facetas de su vida más íntima, reservadas y acotadas sin duda por él mismo, tras esa elegante actitud de mantenerse en un discreto segundo plano, sin afán de protagonismo y dando cabida en lo profesional a que otros, mucho menos experimentados que él, tomaran las riendas de proyectos que, gracias a su apoyo y entrega relucirían, para asombro de quienes ni siquiera confiábamos en que se materializasen en el tiempo.

La vida a veces no nos da esa oportunidad de conocer en el momento preciso lo que, con el paso del tiempo se hace tan evidente y que, de algún modo es de justicia re-conocer, para enmienda de uno mismo y re-conocimiento de los demás, con el paso del tiempo. En este caso, como es obvio, en re-conocimiento de Don Dositeo.

Por ello, y viendo algunas de las reseñas que se publican en la prensa desde su fallecimiento, resaltando las múltiples facetas que desarrolló en muchos ámbitos de su vida laboral y sus innegables y patentes virtudes humanas, quiero aportar un dato quizás ignorado que es muestra también de su humanidad y sensibilidad desde una perspectiva diferente.

Corría el año 2003 y muchos nos afanábamos en calentar motores para la preparación del próximo Año Jubilar del 2004. Surgían ideas e iniciativas por doquier, al tiempo que caían por tierra otras muchas, bien por su propio peso o, por desgracia, por falta de apoyos personales y/o institucionales, escasez de recursos humanos, financiación necesaria y suficiente… En definitiva, nos veíamos sumergidos en un verdadero torbellino, en una peculiar ruleta en la que salir airoso era complicado. Y más si cabe para quienes, al margen de querer poner en marcha iniciativas que dieran lustro al próximo Año Jubilar desde nuestros ámbitos laborales, estábamos al mismo tiempo inmersos en otros proyectos de no menos interés.

En mi caso particular, dedicada a la docencia, investigación y difusión de la música, puedo decir que, por una parte lo tenía fácil… y, por otro, un tanto difícil. Y es que, aunque a nadie se le escapa el poder cautivador de este Arte (con mayúsculas), no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que en ciertos ámbitos y ante ciertas circunstancias cuesta hacer ver la dimensión que cobra en la vida personal y social de los hombres. Como muestra, un botón de estas semanas: la música, en sus múltiples y variadas formas y fórmulas, resulta ser ?y lo es, sin duda- uno de los principales recursos para sobrevivir en estos tiempos de confinamiento. Y no lo digo yo. Basta ver y escuchar lo que suena a nuestro alrededor… Pues bien, nada que añadir.

En Compostela, donde la lluvia es arte, la música es vida: expresividad de un modo de entender la existencia más allá de la rutina diaria que toca asumir por el hecho de ser y estar en este mundo. En otras palabras y simplificando, en Compostela, la música forma parte del paisaje de sus calles y, en especial, de sus numerosos monumentos y templos, escenarios idóneos donde los sonidos cobran más vida aun si cabe.

Dositeo, pensando siempre en el bien común y como buen conocedor de la realidad que le rodeaba -y yo añadiría, como persona con visión de futuro y sin miedo al riesgo- tras un concierto de Música Antigua del Festival Camino de Santiago: cánticos, cantigas y cantos, auspiciado por la Universidad compostelana, financiado ?gracias a su mediación- por la Diputación Provincial de A Coruña- y celebrado en uno de esos magníficos recintos sagrados, nos lanzó un reto: organizar un evento para poner de relieve el sonido de los escondidos ?y hasta entonces, casi desconocidos- órganos de las iglesias de Santiago. Tenía una idea clara de lo que quería: unir música y patrimonio en una ciudad en la que ambas realidades son casi inseparables. ¿Qué mejor proyecto se podía pensar para un el Año Jubilar de 2004?

Así que, en medio del cúmulo y saturación de planes y afanes, recogimos el guante. Una ciudad tan rica en este tipo de instrumentos, infravalorados durante años… o siglos, no podía, sin duda, permanecer más tiempo en ese inexplicable silencio.

Así pues, en el inicio de esa serie de ciclos, festivales o eventos de todo tipo entorno al instrumento rey de nuestros templos, que más tarde ?todo sea dicho- proliferaron por doquier en nuestra ciudad, aunque es posible que no se pueda atribuir a una única causa, me consta que ha estado de modo muy significativo Dositeo. Él impulsó esa hermosa iniciativa que ha funcionado felizmente tanto en Santiago como en otras ciudades: música y patrimonio al servicio de los ciudadanos, recogimiento y espiritualidad al alcance de todos.

Dositeo estuvo, de principio a fin, a veces entre bambalinas y otras con su presencia, en medio de todo ello. Se celebraron cuatro conciertos, con figuras de relieve, nacionales e internacionales. Sonaron todos los órganos históricos entonces operativos de la ciudad: S. Paio de Antealtares, San Miguel dos Agros, la Iglesia de la Compañía… y, de modo excepcional, el órgano de nuestra catedral. La ciudad y los visitantes se volcaron y el aforo se quedó corto, cortísimo, en algunos casos.

Para terminar y dejar que otros sigan recordando con gratitud y afecto su figura, es momento ?muy a mi pesar, demasiado tardío- de hacer público este desvelo de un hombre que, al margen de sus legítimos intereses y de sus múltiples tareas no meramente culturales, tuvo la feliz idea, la sensibilidad y el acierto de promover una actividad que ha dado a Santiago tanta vida, y a sus peregrinos y turistas tanta sonora compañía.

Mi agradecimiento y reconocimiento a título personal, pero también como profesional del gremio musical, como compañera de fatigas en aquella aventura y, si se me permite, como aprendiz y colaborada eventual de un proyecto que salió adelante gracias a su persona, a su manifiesta afabilidad, a su buen hacer, a su disponibilidad constante, a su cercanía… y a otros tantos valores esenciales que descubrí entonces, y ahora retoman más sentido que nunca. De este mismo sentir se hacen eco todos los que, con no poco escepticismo, pero animados e impulsados por su aliento, se embarcaron también en esa travesía.

Es momento del silencio humano. Las circunstancias actuales así lo imponen. Pero alivia pensar que ahora puede gozar de esa música que no cesa y que trasciende todo: la gran desconocida música celestial, la música callada… el inaudible tañido de los ángeles y el triunfal bullicio de la trompetería de esos órganos, mudos en estos momentos para los hombres, pero con una eterna sonoridad que da consuelo siempre y más que nunca ahora a todos, esperando que, de modo especial, conforte a su familia, a sus amigos y a cuantos le hemos conocido y tratado.

Como decíamos en aquel ciclo Música de órgano del 2004: «Cada órgano, y esto no es ningún secreto, también tiene su propia alma». Don Dositeo supo verlo y se nos anticipó con su aguda y sabia mirada.

¡Gracias! Que su alma descanse en paz.