Quiero pecar

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

22 mar 2020 . Actualizado a las 09:10 h.

De todas las instrucciones que comparten las religiones del mundo la más enojosa es una cierta aversión al cuerpo y a su disfrute, como si el contacto físico, las caricias y el placer fuesen un acto demoníaco que, por razones que se me empezaron a escapar en las aulas de un colegio de monjas, nos van a provocar algún tipo de devastación de consideración mayúscula.

De todo lo que nos ha traído la era COVID, la de no poder tocarse es la más terrible. La instrucción, claro, es sanitaria pero es imposible librarse de la sombra que depositan sobre el cuerpo credos y religiones que compiten entre ellas y contratan tu salvación haciéndote odiar tus curvas o alicatándolas de maldades. Nunca le podremos perdonar al Virus este paréntesis de aislamiento afectivo en el que un beso es un pecado mortal. Que durante unos días los fundamentalistas hayan ganado sin poner una bomba desazona más que el propio confinamiento.

No sé en qué fase del duelo andaremos pero lo que a algunas nos brota es perplejidad a borbotones, un borrón existencial que va cogiendo cuerpo día a día, con cada trazo nuevo de esta nueva vida. Se echa de menos una reflexión intelectual que desmenuce este estado de sitio doméstico. Esa irrealidad de un mundo detenido que jamás pensamos que iba a llegar desarma nuestro cerebro y licúa sus certezas. Nos hemos vuelto crédulos y, por tanto, vulnerables. Si me dicen que un marciano poseyó al Sireno por la misma cola estoy por creérmelo.

De momento, lo que me grita el cuerpo por cada rendija confinada es rebeldía carnal, pecar mucho y desobedecer. Desde alguna ventana bésame.