Aguante, resistencia y fortaleza

OPINIÓN

Eduardo Parra - Europa Press

21 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Acostumbradas a reconstruir la historia en función de nuestra suficiencia y orgullo, las sociedades del siglo XXI generamos miles de acontecimientos «históricos», que afrontamos con enfática gallardía, sin reparar en que la mayoría de las cosas que nos suceden no llegan vivas -es decir, recordadas- a la siguiente generación. Por eso ignoramos que, en comparación con las pestes, hambrunas, genocidios, migraciones, guerras y desastres naturales que nos precedieron, el COVID-19, que constituye el décimo hito -«un antes y un después»- de nuestra generación, no pasa de ser un apunte perdido en la crónica de la humanidad.

La comparación con la guerra, en concreto, es una inmoral agresión contra la memoria de nuestros padres y abuelos, que vivieron dos contiendas mundiales -una de ellas con peste de regalo-, y contra los sentimientos de millones de familias que hoy sufren guerras y genocidios, con sus casas, escuelas y hospitales en ruinas; hambrientos y sedientos; enfermos y traumatizados; bombardeados y torturados, y frenados en su huida por nuestras fronteras. Gente para la que la salud pública ni es la suprema lex, ni número 100 de las leyes secundarias, y que no por sufrir la guerra están libres de coronavirus, plagas y sequías abrumadoras que son compatibles con su dantesca desgracia. Pero nosotros, siempre a lo nuestro, vamos por la vida como campeones de la desgracia, sin valorar el agua que fluye de nuestros grifos, pero añorando la cervecita fría que sirven en las terrazas primaverales. Por eso pasamos por esta crisis como si fuese un desierto habilitado para turismo de aventura, sin necesidad de revisar nuestros valores sociales y morales, y exigiendo un paraguas nuevo para cada granizada.

De las tres formas de respuesta -aguante, resistencia y fortaleza moral- que tiene la sociedad para tiempos de zozobra, solo hemos asumido el aguante y probado la resistencia. De la tercera ni hablamos, porque ni mola ni es científica, e incluso tiene un tufo arcaico y trascendente que no casa con el positivismo que despacha por raciones la sociedad tecnológica.

Lo que mejor hacemos es aguantarnos, que es la más estéril de las actitudes, porque «es lo que hay», y las autoridades lo imponen. Lo que estamos ensayando es la resistencia, más activa y consciente, porque puede resultar muy útil si la pandemia no cesa y las incertidumbres aumentan. Y de lo que ni siquiera hablamos es de la fortaleza moral, una actitud enriquecedora y positiva, que despierta los principios hibernados y nos ofrece perspectivas que trascienden nuestro momento vital y las angustias del materialismo irreflexivo al que masivamente nos hemos apuntado. Por eso ansiamos convertirnos en falsos protagonistas de un momento apocalíptico que sea manejable «paradójicamente» por el ministro Illa. Porque si nadie nos da seguridad, sentimos más angustia que los disciplinantes del Medievo, o los que, en 1918, compartieron la guerra más horrenda con la peste más mortífera. Así que menos tele y más filosofía.