¡Entroido! Libre como los muertos

Manuel Mandianes PEDRADAS

OPINIÓN

MARTINA MISER

25 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los orígenes del Carnaval son tan antiguos como los orígenes del rito y el culto a los muertos. Los enmascarados disfrutan de todas las libertades del mundo. Esta libertad solo la pueden disfrutar los que vienen del otro mundo. Todo enmascarado es, por definición, un habitante del otro mundo que vuelve. Los días de carnaval, los habitantes del otro mundo invaden el espacio urbano. Los enmascarados han de disfrutar de la misma libertad que disfrutan aquellos. Y tiene lugar en un momento preciso del calendario, determinado por la situación de la luna. Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercalias en honor de Luperco, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales de Roma. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en al cueva de Luperco y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, volvían del otro mundo: salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales. El carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno.

Los conflictos sociales se expresan sin confrontación, dejando salir lo oculto, abriendo la puerta a todos los fantasmas. El miedo, la angustia y el terror se espiritualizan y se exorcizan de tal manera que no necesitan otra expresión. Solo hay ansia de otra cosa sin saber qué otra cosa es. El carnaval saca a la luz lo oculto para que permanezca oculto; es el fondo sin fondo, una forma de resistencia. El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio. El carnaval expresa, canaliza, vehicula esa fuerza, ese abismo, al mismo tiempo que protege de ella en la medida en que la exterioriza. Sirve, sobre todo de pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu. El carnaval rompe con las formas típicas de la vida social, con los hábitos cotidianos que identifican al grupo y al individuo que se disuelve en el acontecer colectivo, y se olvida del mundo; libera de los dioses que hay que respetar, de las leyes que hay que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que hay que practicar todos los días. El amor y la embriaguez eliminan los límites con los otros individuos. La disolución de la conciencia individual causa placer porque destruye las barreras y los límites que la persona siente en la vida cotidiana. El sentimiento sustituye la razón y el convencimiento.