Creo que Cataluña sigue ocupando demasiado espacio en la «mesa de las preocupaciones» de Pedro Sánchez, y es de temer que esto pueda llevarlo a hacer concesiones precipitadas o indebidas y desatender las necesidades de otras comunidades autónomas, ya muy inquietas por esa preferencia que parece excluirlas o ningunearlas. Se entiende que Sánchez quiera consolidar su presidencia y ponerla a salvo en el tiempo, pero Cataluña no puede monopolizar su atención, si no quiere acabar descubriendo descosidos en otras partes. Porque lo que Puigdemont, Torra y compañía piden no cabe en la Constitución española. Es decir, no cabe tal y como ahora se está formulando. Y muy mal paso sería plegarse y hacer añicos el texto constitucional.
Lo que Sánchez ha llamado «diálogo para el reencuentro» está basado en su convicción -muy interesada- de que «sectores de Cataluña y de España se van a resistir al diálogo, pero somos muchos más los que lo deseamos». Con su optimismo habitual, ha vaticinado que «hasta los reacios acabarán sumándose». Lo cual también puede significar que confunde la realidad con sus deseos o con sus necesidades. Porque la realidad aún no ha demostrado que todo pueda ser tan fácil. Más bien lo visto hasta ahora no es precisamente halagüeño, ni esperanzador, ni tranquilizante…, ni asumible.
Particularmente inquietante me parece la batalla de las palabras y de los gestos. Quim Torra, jefe del Ejecutivo catalán, ha presumido de haber logrado que «el presidente del Gobierno español haya acudido al Palau a reunirse con el presidente de Cataluña». Y ha dicho que le parecía que, en su intervención, Sánchez reconocía el derecho de autodeterminación y el referendo, «aunque al camino sea largo».
Es difícil determinar si se está en el buen camino o en un simple regateo de politiquerías, en el que se irán sumando toda clase de condiciones por parte de los independentistas catalanes y toda clase de porfías por parte de Sánchez. Imposible adelantar el resultado de tantos talentos tallando el marco del futuro.
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