Con las centrales térmicas sentenciadas de muerte y el naval pasando graves dificultades, toca preguntarse: ¿Cuál es la próxima industria por la que tiene que apostar el sector público y privado en la comunidad gallega? Dos expertos nos dan la respuesta a este debate.
El catedrático de Organización de Empresas en la Universidad de Vigo, Xosé H. Vázquez, y el director general del Instituto Tecnolóxico de Galicia, Carlos Calvo, dan contestación a la pregunta que plantea La Voz de Galicia. Ambos expertos consideran que el talento es una clave a tener en cuenta. Pero no la única y, desde distintas perspectivas, entienden que el Gobierno tiene que apoyar e impulsar el tejido productivo de manera clara y firme.
Talento, tecnología en sectores tradicionales y mucha siembra
Si tuviéramos que hablar de qué nichos de actividad serán los que rijan nuestra economía en una década o dos, podríamos identificar algunos sin miedo a errar demasiado: nuevos materiales, superconductores, fabricación inteligente, ciencias de la vida, inteligencia artificial, transporte no tripulado, nuevas fuentes de energía… El verdadero problema reside en que no haya tiempo de adaptación al cambio. Los 900.000 trabajadores gallegos del sector privado hoy, no se transformarán en nanotecnólogos o doctores en robótica, por citar algunos ejemplos.
¿Hacia dónde apuntar? Difícil decisión en ausencia de recursos ilimitados. Es aquí donde la política alcanza su verdadera dimensión y carta de naturaleza. Hay que sembrar la semilla para competir en el futuro, a la vez que mantener y garantizar la competitividad en el presente. Porque esta es la palabra clave: competitividad.
Esta competitividad llegará, en buena medida, de la mano de la tecnología, tanto en el sector primario, como en el secundario y terciario (pero no solo: la filosofía, la ética, la sociología, la ciencia política, el arte… son y serán elementos imprescindibles para competir como país). Hasta aquí, nada nuevo. Habrá sectores de actividad que desaparecerán ante el cambio de paradigma. Ley de vida. Surgirán sectores nuevos. Ley de vida. ¿Pero qué puede hacer Galicia hoy para enfrentar este tsunami minimizando los desajustes sociales?
En primer lugar, confiar en nuestro talento.
En segundo lugar, acelerar la incorporación de tecnología útil en las actividades en las que Galicia tiene un factor diferencial y un capital acumulado. Los mal llamados «sectores tradicionales», siendo más apropiado hablar de «sectores estructurales».
En tercer lugar, sembrar y apostar por nuevos nichos de actividad de alto potencial de crecimiento, ya de por sí intensivos en tecnología (inteligencia artificial, movilidad autónoma, nano y biotecnología, contenidos digitales, drones…), pero nunca desligados de los factores propios de Galicia. De lo contrario estaríamos ante un ejercicio de ingeniería social que en 4.000 años de civilización nunca ha funcionado.
En cuarto lugar, invertir en organizaciones que desarrollen capacidades y tecnología susceptibles de ser transferidas a ambos tipos de sectores, nuevos y estructurales.
No nos engañemos. No existe un «sector tecnológico» que nos venga a rescatar, sino profesionales y tecnologías a nuestro alcance que deberán ser aprovechadas al máximo en todas las actividades que la iniciativa privada despliegue, con la ayuda de la iniciativa pública.
Humildade, afouteza, intelixencia e sensibilidade
Galicia debe fuxir dunha concepción rexional que a sitúe como mero brazo administrativo do Estado nas políticas de gasto para converterse nun polo de competitividade global. A perda de peso do sector industrial reflicte o contrario.
Os cidadáns esíxenlle ao Goberno que aposte por sectores e empresas, ben para «seleccionar gañadores» ou «salvar perdedores». Aínda que probablemente esta política é a que menos conflitos xera ao repartir o apoio público entre moitos grupos de presión, a verdade é que non nos está a levar moi lonxe. A política industrial require humildade, afouteza, intelixencia e sensibilidade.
Require humildade porque, en contraste coa facilidade con que todos escollemos empresas e sectores «de futuro» na barra dunha cafetería, de feito é un exercicio complexo. Se fose polos cartos que moitos países teñen investido en «sectores gañadores», o mundo estaría cheo de Silicon Valleys. O Goberno debe levar o timón; deixemos que os axentes económicos e sociais remen.
A política industrial require tamén de afouteza, porque é necesario abstraerse das presións de distintos lobbies que, baixo a escusa da transformación estrutural (transvase do emprego cara actividades novas), en realidade so procuran influír para beneficiar os seus propios intereses. Os nosos sectores e empresas loitan por denominarse «estratéxicos» en todos os plans e informes porque saben o que está en xogo no marco actual.
Terceiro: a política industrial require intelixencia para acompañar as iniciativas de cambio estrutural con reformas institucionais que configuren unhas «regras de xogo» estables e eficientes en ámbitos como a formación, o financiamento, os trámites burocráticos, o funcionamento do mercado de emprendedores e directivos, os pactos sociais... Estas «regras de xogo» son clave (observemos o Norte de Portugal) para rachar coas barreiras ao crecemento e estimular a produtividade.
Por último, nin a humildade, nin a afouteza, nin a intelixencia son moi útiles se os deseñadores de políticas públicas esquecen a sensibilidade necesaria para responder a uns cidadáns que non desexan exactamente unha Industria 4.0, senón sobre todo unha Sociedade 5.0 inclusiva e medioambientalmente responsable. Confundir os fins cos medios impide observar que as nosas capacidades configuran un modelo industrial ideal para alcanzar os resultados que estamos alcanzando. Se os axentes económicos e sociais galegos desexan mellores resultados, non é suficiente con espremer máis o mesmo modelo.
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