Alfonso Guerra nunca defrauda. El exvicepresidente del Gobierno, con casi 80 años, sigue dando caña siempre que se asoma a un micrófono. Se define como un «espíritu crítico», pero en realidad es un personaje incómodo, sobre todo para su partido, porque dice lo que quiere, traspasa cualquier línea roja y no repara en la corrección política. Ayer montó un alboroto en las redes por decir perlas como: «Solo visitaría a Torra si fuera antropólogo». O, también en referencia al presidente catalán, «es un hombre de paja que está trastornado, como el que está en Bruselas, más de un zoo».
La difusión de la entrevista provocó un terremoto en Twitter. La parroquia se partió en dos. Unos aplaudían. Otros se lamentaban. Curiosamente, el antiguo azote de la derecha cosechó ovaciones en el lado conservador. Y recibió críticas virulentas y «carnés de facha» por parte de la izquierda. En una sociedad tan polarizada como la nuestra, en la que tanto figuras públicas como ciudadanos son rehenes de los omnipresentes argumentarios, tienes que suscribir el pack ideológico completo. No puedes disentir. Ni ironizar con que «por disciplina», no duermes porque Pablo Iglesias está en el Gobierno. Te caen las del pulpo. Y, aunque seas un referente de una parte importante del PSOE, te meten como militante en Vox. Y eso son palabras mayores.