El papa cae ante el Joker

Ana Abelenda Vázquez
Ana Abelenda ALGO HAY

OPINIÓN

07 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

No uno, dos; dos papas soberbios, como Jonathan Pryce (imponente Bergoglio) y Anthony Hopkins (impecable Ratzinger), han caído en la antesala de los Óscar ante la interpretación maestra de Joaquin Phoenix en el Joker, que pide un Batman a la hechura de su Gotham. Este Joker insinúa también el origen de Batman, un niño solitario, quizá con carencias afectivas similares a las de Fleck. El Globo de oro ha premiado con justicia el poder natural de Joaquin Phoenix; las taras, la infancia rota, la locura y el dolor que contribuyen a crear al asesino que nace del payaso más desamparado que ha parido Hollywood, tan sórdido y tétricamente humano en la piel de Phoenix que es difícil no entrar en él, no bascular ante sus pasos entre la realidad y el delirio, como lo hace él cuando baja por las escaleras bailando el Hey song de Gary Glitter. Resulta difícil no sentirse algo cómplice de la infelicidad del Joker, ¿no?

En un mundo que insiste en ver su reflejo en Black Mirror, la ira parece ser el papel estelar de la debilidad. El Joker nace de la falta de empatía. El mensaje es claro. La interpretación de Phoenix, superior. Su discurso en los Globos, blanco de la censura: «No hay que ir en jets privados a Palm Springs para los premios. Yo trataré de comportarme mejor, espero que puedan hacer lo mismo». No, no hubo sangre.

Pero no fabriquemos Jokers. Podríamos empezar por encajar lo que se sale del guion.