Investidura con «arregliño»

Nieves Lagares
Nieves Lagares Díez FIRMA INVITADA

OPINIÓN

05 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegada la investidura inevitable, les pido me permitan revisar el papel de algunos actores que han sostenido en estos meses la falsa incertidumbre de este pésimo guion de previsible final.

La trama partía de un axioma, la imposibilidad de repetir por tercera vez las elecciones generales, un axioma contra el que nadie podía pronunciarse aunque algunos lo desearan.

En el reparto, una derecha en shock por el ascenso de Vox y la caída de Ciudadanos, y un líder del PP salvado y resurgido gracias a la convocatoria electoral que le ha evitado transitar cuatro años por el resultado de abril del 2019; en definitiva, el más favorecido de la decisión de Sánchez.

En el otro lado, PSOE y Podemos, que tras un urgentísimo compromiso de conveniencia procuraron reconducir la polifonía nacionalista para que su estridencia no eclipsase la propia investidura.

Ahí radica el único mérito de esta producción, en que el fondo del misterio ha permanecido oculto al espectador aunque todo girase sobre ello.

Y por fin el acuerdo, susceptible de mil lecturas, donde los principios, la justicia o el ordenamiento jurídico son abstractos inidentificables, mientras los actores y las instituciones son concretos e identificados; donde se evita contraponer Cataluña a España y se asume un principio de bilateralidad que nada ofrece ni a unos ni a otros.

Ya sé que algunos dirán que se reconoce que hay un conflicto catalán y que ese conflicto tiene carácter político. Pues claro, pero eso lo sabían ya los constituyentes del 78, que dedicaron no pocos esfuerzos a trazar una ruta de solución tan provisional como cualquiera.

La verdad es que las cuatro cosas que contiene el acuerdo son el reconocimiento de la bilateralidad, la existencia del conflicto político y la creación una mesa política para solucionarlo, y voluntad, mucha voluntad. A cambio, ERC firma un acuerdo en el que no refiere una palabra a los presos, a la sentencia del tribunal europeo, ni a ninguno de los términos (procés, independencia, soberanía, etcétera) que han servido de bandera de la larga movilización catalana.

En estos procesos, el mundo se divide entre los que se aferran al orden preestablecido y los que proponen algún tipo de arrangement, término con el que los estudiosos de la Transición se referían al acuerdo que originaba las transiciones y que, en inglés, suena mejor que ‘arreglo’.

Pues bien, España necesita urgentemente un arrangement entre los ciudadanos, entre los políticos, y entre la ciudadanía y la política. Es hora de retransitar la Transición para reconocerla como propia, incluso en su fragilidad o en su necesaria adecuación.

Aquella derecha que asumió la legalización del PC, que vio entrar en España a la Pasionaria, a Carrillo o a Tarradellas, que participó de un sistema electoral que reforzaba los nacionalismos e introdujo en la Constitución el término ‘nacionalidad’ como base de ese arrangement; aquella derecha vería el acuerdo entre el PSOE y ERC como un simple arregliño.

Ojalá el nuevo año nos devuelva la altura de miras de aquellos soñadores, y frente al patriotismo de la dureza prevalezca la flexibilidad de los arrangement.