El Estado indefenso

OPINIÓN

21 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En España hay instituciones independentistas, que forman parte del Estado, que difunden desde sus embajadas ilegales la vieja leyenda negra. Y en España hay autoridades independentistas, en abierta rebelión contra el Estado, cuyo desparpajo -en la calle o detrás del atril- empieza a admirar a los ciudadanos que vemos, absolutamente acomplejados, con qué facilidad se puede meter al país en el laberinto de la ingobernabilidad y el descrédito institucional y político.

En España tenemos un poder judicial disperso, desajustado, acomplejado y flojito, que llegó tarde, mal y arrastro a la batalla del procés; que, por llegar tarde, tuvo que actuar con prisas, desmesura e inseguridad; que está más despistado que un pulpo en un garaje; y que ahora les da a los independentistas los triunfos simbólicos que nos dejan a todos cara de tontos.

En España hay políticos bucaneros -cada uno con su barco, su pata de palo y su cara de malo- que se reparten el mar en la taberna; que no tienen más interés que el reparto del tesoro; y que, además de carecer de sentido de Estado, dan la impresión de que ni siquiera saben lo que es. Por eso tratan a baquetazos a los que juegan en la liga de la unidad, mientras brindan con cerveza con todos los corsarios, bucaneros y piratas que se caen por allí. En España tenemos partidos incapaces de pactar un Gobierno de emergencia nacional que ponga fin al desbarajuste jurídico y político; que refuerce los mecanismos constitucionales de protección del país, la democracia y la ley; y que se dedique a resolver los problemas que tenemos en vez de crear los que en realidad no teníamos.

En España tenemos -o somos- un pueblo soberano, que solo lo es a medias; que debilita a los partidos constitucionales para empoderar a los separatistas y populistas que se juegan el país al tute subastado. En España tenemos un electorado que, consciente de que esta barahúnda se formó el día que empezamos a cuestionar el sistema de la Transición y a fragmentar las cámaras representativas, ha decidido que nuestra mayor ilusión es votar como nos da la gana, sin necesidad de asumir las consecuencias desastrosas -que pronto serán irreversibles- de nuestra liberal contumacia.

Y en España tenemos un enorme respeto a la patria Europa, que, mientras protege con encomiable afán los derechos políticos de nuestros enemigos -desde ETA al procés-, para que pueden hacer y ser lo que sus constituciones vetan sin ambages -separatistas, comunistas, y cosas así… ¿verdad, señora Merkel?-, tensionan los matices procedimentales hasta hacer que nuestros tribunales, los más sumisos y cooperadores de la UE, jamás consigan acertar y concordar, ni siquiera por casualidad, con sus requintados autos y sentencias. España está en grave riesgo de desmoronarse, mientras Junqueras, Torra, Puigdemont, la CUP y gente así dominan todos los escenarios de la política y el derecho con admirable agudeza y osadía. Porque solo ellos han asumido como divisa que un país acomplejado no tiene derecho a existir.