Fracaso tras fracaso

Manel Antelo
Manel Antelo EN VIVO

OPINIÓN

17 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El mundo lleva años intentando alcanzar un acuerdo global vinculante para salvaguardar el clima y lleva otros tantos años cosechando fracaso tras fracaso. La última vez ha sido este mismo mes en Madrid. Y les adelanto que, a pesar de las llamadas a la negociación, será un nuevo fracaso. El acuerdo alcanzado -un acuerdo de mínimos, como todos los anteriores- lo revela a las claras.

Una de las razones que explican el reiterado fracaso es la insistencia en pedir esfuerzos a los países y que las propuestas que presenten antepongan el interés general a los intereses particulares. Pero, claro, esta metodología se olvida de que las matemáticas y la economía llevan décadas mostrando que, entre el egoísmo y la generosidad, el primero es el que tiende a determinar el sentido de la cooperación entre jugadores (los países en este caso). Por lo tanto, lo que cabe esperar que propongan los países en este tipo de cumbres es lo que sea útil para sus intereses. Ya pueden los organizadores prolongar las discusiones, que el resultado final será siempre ese.

En lugar de eternas discusiones sobre límites de emisiones, la comunidad internacional tal vez haría mejor negociando el precio de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases con efecto invernadero. Un precio suficientemente alto como para que internalizase el coste social de las actividades económicas y que todos los países aceptasen bajo el principio de reciprocidad: «Yo estoy de acuerdo si todos los demás lo están; si hay alguien que no está de acuerdo, yo dejo de estarlo». De esta forma, cada país pagaría el precio estipulado cuando todos los demás lo hiciesen, y, como en toda relación de demanda, un precio alto da lugar a una cantidad demandada (emisiones en este caso) reducida.

Sin duda, muchos países refutarían este mecanismo. Aquellos que, aduciendo que sus emisiones per cápita están todavía muy por debajo de las de los países más industrializados, reclamasen que el precio fuese el más bajo posible para no erosionar su crecimiento económico. Pues bien, para que el mecanismo no perdiese la efectividad que se le supone, se podría crear un fondo de compensación al que los países ricos allegasen dinero y que sirviese para que los países pobres viesen subvencionada una parte del (alto) precio de las emisiones. Un mecanismo como este, o algún otro similar, tendrá que llegar más pronto que tarde si queremos empezar a resolver el problema. Continuar con las sucesivas reuniones del clima como la recientemente clausurada en Madrid no servirá de nada.