Greta tiene razón (pero solo a medias)

Manel Loureiro
Manel Loureiro EN LÍNEA

OPINIÓN

MARTINA MISER

30 dic 2019 . Actualizado a las 17:52 h.

Vaya por delante que respeto profundamente la causa de Greta Thunberg, su convicción personal y su entrega por revertir los efectos del cambio climático y que, además, la comparto. El problema surge cuando la coherencia personal va de la mano de lo absurdo o, directamente, de lo temerario. Como por ejemplo sus viajes en velero. Intentar llegar a la Península en un velero en plena época de temporales de invierno es, como podrían haberle explicado muchos marineros de esta tierra que se juegan la vida a diario, una idea regular. Tenemos buques de transporte y pesqueros estampados contra las rocas de la costa cada semana, así que no me quiero imaginar lo que le podría haber sucedido a su catamarán. En este caso, creo que ha primado el efectismo y el golpe publicitario sobre la sensatez. Y es que subir en un avión no te convierte en un monstruo contaminante, ni mucho menos.

Pretender que volvamos a medios de transporte propios del siglo XIX no es la solución. Culpar, o intentar responsabilizar a los pasajeros aéreos de la contaminación es una medida tramposa, dado que el tráfico aéreo solo representa el 2,4 % de la contaminación total, frente al 74 % de los desplazamientos por carretera. Y esta cifra se queda ridícula si pensamos que los quince - sí, solo quince- buques portacontenedores más grandes del mundo contaminan más que 760 millones de coches (en Europa hay 260 millones, para que se hagan una idea de la escala), por el uso del búnker fuel, un combustible naval pesado, pero muy, muy barato. Y a su vez, esta cifra se vuelve a quedar ridícula si la comparamos con las emisiones de azufre y CO2 de China, principal contaminante del mundo, que no deja de inaugurar centrales eléctricas de carbón -las más sucias- para abastecer a su insaciable industria.

Así que, por favor, levante la vista de este artículo y mire a su alrededor un segundo. Piense cuántos de los objetos que le rodean han salido de las factorías chinas y han llegado a su poder a bordo de uno de esos portacontenedores. Ahora piense en la huella climática que deben haber dejado esos inocentes objetos y multiplíquelos por todos los miles de millones que inundan el mercado. Si queremos buscar un culpable, está ahí, sobre todo. Tomemos medidas reales, no brindis al sol como cruzar el océano en un barco porque «volar es malo para el planeta». Porque tratar de hacer un escarmiento ejemplarizante con los pasajeros aéreos es poner una tirita -necesaria, por supuesto- sobre una herida que lo que realmente necesita son puntos de sutura.