La inestabilidad del ADN

Jorge Mira Pérez
Jorge Mira EL MIRADOR DE LA CIENCIA

OPINIÓN

17 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La molécula de ADN es el libro de instrucciones con el que se construye un ser vivo. Para fabricar sus piezas, la información de ese libro es transportada por otra molécula, llamada ARN. El ADN (y la información que contiene) puede sufrir daños por ataques externos (radiaciones, por ejemplo), pero cabe pensar que, si no hay ataque, no hay daño. Eso es lo que se creía a principios de los años 70, cuando un treintañero sueco llamado Tomas Lindahl descubrió que el ARN, el recadero del proceso, se degradaba espontáneamente al ser calentado. Eso marcó su carrera científica: como el ARN es una molécula parecida al ADN, se preguntó si esta no podría ser víctima de una descomposición semejante. Acabó descubriendo que, efectivamente, así era: el ADN es una molécula intrínsecamente inestable. Se derribaba uno de los credos de su época.

Ahora bien, si eso es así, ¿por qué no pasa nada?

Lindahl intuyó que las células deben contar con sistemas que arreglen el ADN cuando se estropee. Y acertó: en los siguientes años identificó numerosas enzimas que hacen ese trabajo y descifró el mecanismo universal de reparación. Sus contribuciones abrieron un nuevo campo de investigación que cambió nuestra comprensión de la biología molecular y de la aparición de enfermedades genéticas, así como el desarrollo de nuevas terapias antitumorales. Por ello recibió el Premio Nobel de Química en el 2015. Esta semana estará en Galicia, una ocasión única para conocer su trabajo de primera mano.