Fríos desvaríos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

17 nov 2019 . Actualizado a las 09:54 h.

Por fin ha llegado el frío de verdad, de los de nieve temblona, mocos generosos y abrigo agradecido; esos que alientan el placer exquisito de leer un buen libro frente al fuego. El frío es centrípeto y el calor centrífugo, por eso las gentes caseras disfrutamos más del frío que aquellas que tienen la sala de estar en el bar o, simplemente, nunca leen.

Hay una memoria ontológica del frío cavernario guardada en nuestra amígdala cerebral, y otra asociada a él que revive el placer de entrar en la cueva con el fuego humeando dentro del hogar. Debe ser eso lo que le da al frío cierta connotación confortable.

El frío es una sensación generada por un complejo mecanismo neurofisiológico pero que tiene matices según dónde, cuándo y con quién se perciba; no es lo mismo un frío seco de bajo cero con el sol del mediodía dándote en la cara que ese frío de sótanos que empapa los huesos de una humedad verdosa.

Hay fríos ambientales y fríos emocionales, que son bastante más penosos; el alma se nos puede helar igual que la punta de la nariz, y al contrario, cuando el alma se calienta no hay frío que la mitigue.

Hay gente que nada más verla da la sensación de ser cálida y otros que no dejan lugar a dudas de que si los tocas son fríos como el hielo; hay también relaciones cálidas y relaciones frías.

A este respecto escribe Savater una metáfora muy acertada donde un personaje talludo relata el sentimiento frente a una relación sentimental agotada: acariciarla es como ir a la playa en invierno; ver la arena, el mar, las rocas… te encienden un montón de sensaciones placenteras saboreadas en el verano. Te animas, te quitas los zapatos para meterte en la arena pero… la arena está fría, no tiene la misma temperatura. Corres hacia el mar para zambullirte en él pero antes de despojarte del pantalón sientes frío, una sensación desapacible e incómoda que te alerta de que estás, pero no estás en el mismo sitio.

El miércoles pasado, en el cementerio londinense de North Sheen, se celebró un homenaje sobre la tumba sin lápida de Manuel Chaves Nogales. El actor y director del Cervantes Theatre en Londres leyó el prólogo de A sangre y fuego, que muchos seguidores de Chaves Nogales consideramos de lectura obligada en las escuelas. En estos primeros fríos de sofoco político volví a releerla. No pude por menos que fantasear qué lecturas -si es que leen- tendrán entre sus manos los actores principales del panorama actual, y no puedo dejar de sugerir a todos que escuchen con los ojos a muertos como Chaves.

Mejor nos iría a todos.

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