Margarit o el verso rasante

Iñaki Ezkerra

OPINIÓN

15 nov 2019 . Actualizado a las 17:05 h.

Si hubiera que definir con una palabra la producción literaria del catalán Joan Margarit a lo largo de esa trayectoria que abarca treinta poemarios y que le ha valido el premio Cervantes, esa palabra sería rasante por su tono de un lirismo contenido, escasamente elevado, casi prosaico y ajeno a los artificios de la imagen o del estilo, así como por su temática siempre atada a la realidad y a lo cotidiano.

En realidad estamos ante un tardío epígono de la poesía social o civil de la generación del 50. Ese tono rasante, tectónico, anímicamente bajo, a menudo dolorido por las experiencias descarnadas de la vida y antitético de toda cosmética formal o imaginista, sintoniza con el de las composiciones más pesimistas de los Gil de Biedma, los Ángel González, los Blas de Otero.

Incluso conecta con esa generación en sus deslices hacia el terreno político, de un signo ideológico que no por casualidad coincide con el del presente momento español, con un Gobierno socialista y con Luis García Montero en la dirección del Instituto Cervantes.

En el polo opuesto de esa vertiente política que le lleva a invocar tópicos como la República o «las plazas de toros con las sillas / sobre la arena en las primeras elecciones» de la Transición en el poema titulado La libertad, está un humanismo de lo cotidiano que se entretiene en mirar las viejas cartas de amor o en recordar con versos de desconcertante efectismo una inquietante navaja de afeitar que dice haber comprado a la edad de siete años, o sea en plena posguerra, y que acabó escondida en el cajón de las bragas de su mujer, cada vez «más cerca de su cuello».

Son esas salidas de una rebeldía interior y nihilista frente a la grisura de la existencia las que a veces permiten a su poesía saltar del previsible realismo al neorrealismo puro y duro como en el poema Ser viejo: «Sentados a la mesa en la cocina, / limpiando las lentejas / en los anocheceres de brasero, / veo a los que me amaron». Para añadir: «Ser viejo es una especie de posguerra».