España, entre lo malo y lo peor

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

JuanJo Martín | Efe

11 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando ayer se abrieron los colegios electorales solo existía una certeza política absoluta: que las mal llamadas tres derechas no podrían gobernar bajo el liderazgo de Casado, ni siquiera en el caso de que los escaños de PP, Vox y Ciudadanos superasen a los de PSOE, Podemos y Más País. Salvo que las tres primeras fuerzas obtuvieran en conjunto mayoría absoluta -lo que no adelantó ningún sondeo ni de lejos- era sabido que el PSOE, la extrema izquierda y los separatistas se unirían contra ellas.

Todo lo demás eran incertidumbres. Las esenciales se despejaron ayer de un modo radical. Ni el PSOE ha obtenido la mayoría fuerte que pidió para gobernar en solitario, ni será posible un Ejecutivo socialista con Ciudadanos, ni el PSOE y el PP sumarán sus fuerzas en una gran coalición para hacer frente a los grandes y graves desafíos que España tiene por delante. Lo que significa que solo quedan dos opciones: o un Gobierno minoritario del PSOE, en coalición con Podemos y con el apoyo de los separatistas, o volver a las urnas a principios del año 2020. Queda pues por decidir si en España sucederá lo malo o lo peor.

Después de ser el directo responsable de las disoluciones del 2015 (tras su alucinado «no es no») y del 2019 (al ser el ejecutivo sanchista, salido de una moción de censura demencial, incapaz de gobernar) es poco probable que el presidente en funciones se atreva ahora a forzar nuevas elecciones, estrategia que hoy sabemos impulsó una vez comprobadas las opciones que le quedaban después de los comicios celebrados en abril. Sánchez, al que el tiro le ha salido por la culata, podría verse así forzado a pasar por las horcas caudinas de Podemos: no solo tendría que aceptar un Gobierno de coalición con los de Iglesias, sino que además debería sentar al líder de los morados en el Consejo de Ministros, con lo cual es posible que el insomnio que Sánchez anunció que sufriría en tal hipótesis se convirtiese en permanente. Por si todo ello fuera poco, el dirigente socialista no podría gobernar solo con el sostén parlamentario, de Podemos y Más País, pues precisaría también el apoyo o la abstención de los separatistas, que se han cansado de insistir en que pasarán por ello una factura insoportable.

Sánchez podría, claro, como en la ruleta, forzar una nueva disolución, que lo convertiría en campeón europeo de la ingobernabilidad, y, después de haber obtenido cuatro de los cinco peores resultados del PSOE en generales desde las elecciones de 1982, volver a probar suerte, a ver si a la quinta va la vencida.

Hay mucha gente en España que cree que la hipótesis de una nueva repetición electoral sería la peor de las hoy imaginables. Me temo sin embargo que bastarían varios meses de gobierno (¡de desgobierno!) de coalición con Podemos y apoyo del secesionismo para que muchos de los que comparten tal idea acabasen convenciéndose de que lo que creían solo malo es en realidad lo peor que podría sucedernos.