Una reflexión sobre cuatro motivos

OPINIÓN

09 nov 2019 . Actualizado a las 09:30 h.

Hoy, 9 de noviembre, es un buen día para reflexionar. Los pronósticos dicen que la lluvia y el frío nos invitarán a quedar en casa. La campaña fue tan primaria y confusa que nos hizo ansiar un día de silencio, alejados de tertulias, acusaciones y falacias. Y el mundo está lleno de problemas que nos obligan a preguntarnos si un país como España puede pasar más tiempo en su burbuja electoral, a merced de todos los vientos y todos los aguaceros. Y por eso les propongo una reflexión en cuatro capítulos bien distintos.

El primero -el más ritual y el menos acuciante- es el de las elecciones de mañana, en las que, por ser repetidas, y apuntar hacia una respuesta contumaz del electorado, parece que todo el pescado está vendido. Las dos opciones en juego son un nuevo bloqueo, para repetir elecciones en abril, o un gobierno minoritario y macabramente engolado que persista en los despropósitos que venimos padeciendo desde la moción de censura. Yo prefiero volver a votar las veces que haga falta, hasta salir del pozo o perecer en él. Pero no descarto que una forzada investidura prolongue la agonía del desgobierno muchos meses más.

El segundo capítulo lo podemos dedicar a la efeméride del día, que es el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín. El 9 de noviembre de 1989 simbolizó el final del período más violento, degradado y autoritario de la historia, y abrió muchas esperanzas de lograr un mundo abierto, abundoso y pacífico. Pero todo apunta a que la mediocridad de la política actual está incrementando la fragmentación y la inestabilidad que siempre preceden a los nuevos desastres y confrontaciones.

En el tercer capítulo podemos meditar las amenazas que pululan en nuestro entorno, mientras nos enredamos con pequeños pleitos y grandes exageraciones. Ahí están, por ejemplo, la inminencia del cambio climático y la falta de acuerdos sobre la implantación de modelos de producción y consumo sostenibles y justos; la debilidad de las democracias asentadas en países en vías de desarrollo y con gravísimos e inatajables desequilibrios financieros; los conflictos bélicos que se gestan en el caos del Medio Oriente y el África subdesarrollada; el estupor que generan las potencias autoritarias que, como China y Rusia, se mueven cómodamente en el desorden político global; y el duelo que enfrenta a EE.UU. y China en esa especie de OK Corral en que ha devenido el comercio mundial.

Y el cuarto capítulo, más banal pero más poético, lo podemos dedicar a meditar, con el permiso de ustedes, sobre aquel puñetero y perverso marido que -como cantaba Cecilia- construyó el amor a su esposa sobre una traición degenerada y destructiva revestida de flores y poesía: «Quién la escribía versos dime, quién era. / Quién la mandaba flores por primavera. / Quién cada nueve de noviembre, / como siempre sin tarjeta, / la mandaba un ramito de violetas».

El mundo es así de tendencioso. Y vale la pena que dediquemos un día a meditar sobre si, manteniendo este rumbo, podremos sobrevivir en él.