Sólo los humanos padecemos la tensión entre el ser y el parecer. Se han escrito miles de páginas sobre esto, quizá millones, porque ahí tocamos el nervio de algo muy importante. Hay gente que se esfuerza por ser lo que le gustaría parecer, hay gente que parece peor de lo que es, voluntaria o involuntariamente, y gente que quiere ser de una manera pero parecer de otra. Se percibe enseguida la naturaleza moral de esa tensión, tan relacionada con la verdad y la mentira, la hipocresía y la vergüenza, lo real y lo impostado. En parecer, muchas personas y empresas gastan más dinero, tiempo y energías que en ser. En España lo gastamos en no parecer.
Hablando ayer con un catedrático alemán, caí de la burra con una risotada. Sopesábamos el posible resultado de estas elecciones, la impresión de la calle y de las encuestas, qué partidos quizá están sobrerrepresentados y cuáles lo contrario. Coincidíamos en que ni las izquierdas ni las derechas podrán sumar mayoría y empezamos a desgranar fórmulas para el tan deseado e imprescindible desbloqueo. Me dijo que la solución consiste en hacer lo mismo que en Alemania y en otros países, pero sin que lo parezca. Esa cosa tan española, decía él. Ahí, dijo, siempre se trata de rendirse a lo inevitable, pero sin que lo parezca. Sin que parezca, sobre todo, de derechas cuando gobierna la izquierda o de izquierdas cuando gobierna la derecha. Me entró la risa y nos lanzamos a recordar ejemplos, empezando por la entrada en la OTAN y terminando por el rescate que no podía parecer un rescate.
Quizá mañana las urnas digan, otra vez, que tenemos que abandonar las trincheras y entendernos, porque nos estamos equivocando de enemigo.
@pacosanchez